El seísmo provocado por su motor a un ralentí de 4000 RPM (el tope de la escala de muchos coches de calle), la explosión sonora que emana de sus escapes cuando su tripulante pisa sin piedad el acelerador, ese volante repleto de botones y palancas capaz de liar al mismísimo Mr. Spock, el brillo de la colorida carrocería, el tamaño de sus negros neumáticos o algo tan sencillo y a la vez complejo como ese pequeño ballet de mecánicos de alta tecnología encargados de proporcionarle los cuidados propios de toda una maternidad… embriaga, emborracha