Una persona honesta tiene que ser fiel siempre a su bandera en el amplio sentido del término, con la única excepción de que sea la bandera la que cambie de colores, la que traicione a sus huestes. Es más, morir sin cambiar de bandera en todos los aspectos de la vida, sería el epitafio perfecto para cualquiera al que las palabras honor, esfuerzo, lealtad y sacrificio signifiquen, más que altos valores, un credo vital.