A lo largo de la historia, el ser humano ha buscado en la naturaleza elementos que despierten o potencien su deseo y función sexuales: hierbas, raíces e incluso animales (crudos, cocidos y combinados), han ganado fama de ser capaces levantar aquello que la naturaleza se encargó de mantener dormido —por decirlo metafóricamente—. No es casualidad, pues, que la palabra afrodisíaco tenga como origen el nombre de la diosa griega del amor: Afrodita.