Que la noche de la gala de los Goya fuera la más fría del año no iba a impedir que no se celebrara una costumbre tan sana como la de mujeres desfilando —con vestidos que las dejaban tiritando— para que el resto de la sociedad juzgara su aspecto. Tuve la osadía de reconocer en Twitter que deseaba que algún día, por fin, fuera socialmente inaceptable que profesionales tuvieran que posar y exhibir su físico antes de entrar en un auditorio donde se premiaba su talento, como si su aspecto estuviera relacionado de alguna forma con su valía.