Un día me llamó la hermana Ana y me dijo que había llegado al Congo una mujer para pasar un tiempo y que, por favor, la ayudara en todo lo que pudiera durante su estancia. Me dio su teléfono y la llamé. Desde aquel día, Manuela y yo hablamos por teléfono varias veces hasta que, por fin, pocos días después, quedamos. Ella vino a buscarme a casa y de ahí fuimos juntas a comer al "Piccolo", un sencillo restaurante de mi barrio. Yo no tenía ni idea de quién era Manuela, solo sabía que era una jueza española que había venido al Congo a trabajar...