Zúrich, Suiza Las palabras besan y muerden. Eran las nueve de la noche del primer lunes de julio cuando el último invitado hizo chirriar la puerta principal de la vetusta iglesia de San Lorenzo. El refugio elegido para la conferencia afluía desde una llanura de aspereza salvaje, desolada a lo largo de cinco millas, de norte a sur. Nadie sospechaba que en el exterior de ese lugar sin amo, treinta y tres vehículos de alta gama esperaban a que sus jóvenes dueños, herederos de las principales fortunas del planeta, emprendieran el camino de ..