Hubo un tiempo en que el perdedor arrastraba cierto aroma romántico. Frente al espacio exclusivo, a veces obsceno, que ocupaban los triunfadores: dinero, fama, poder, champán y mujeres, aparecía el perdedor con su ruina a cuestas, alejado del boato, en un rincón del ángulo más oscuro. Bohemio, soñador, sin blanca, demacrado y con una vieja chaqueta empapada de whisky malo.