El cuerpo de Aldebarán fue custodiado por las Juezas de la academia, los profesores y sanadores del barco llevados a calabozo para continuar el interrogatorio. Las joyas y demás cosas de valor, las que no habían desaparecido al menos todavía, fueron puestas a recaudo para financiar las defensas de la ciudad y la producción de fuego eterno, finalmente el barco heresiarca fue cedido al gremio. No se encontró ningún rastro de la misteriosa anciana.
Al día siguiente la ciudad entera sabia ya el contenido del barco y como una plaga la desesperación comenzó a infectar a cada habitante de la ciudad. Nadie creía ya que los refuerzos imperiales llegarían a tiempo o incluso que tuvieran intención alguna. Y cuando las cosas parecían que no podía ir peor, los tambores comenzaron a tocar.
Cientos de tambores provenientes de más allá de nuestros muros retumbaban al unísono. Al igual que cuando cayeron Mistral, Ostro o Cephir, el enemigo avisaba del inminente ataque mediante su maldita percusión incesante.Tras horas de ruido los instrumentos callaron y en lo que dura la eternidad de un momento reinó la paz.
Un momento.
Y el cielo se cubrió la lluvia de piedras de 90 kilos lanzadas a más de 300 metros que bombardeó nuestra ciudad. La gente huía buscando refugio pensando que la hora final ya había llegado pero se equivocaban, solo hubo una andanada de rocas, lo que vino a continuación fueron los tambores rugiendo de nuevo.
Quizás sean nuestras últimas horas vivos, el senado ya no puede permitirse divagar en futuribles y conspiraciones, el enemigo se cree preparado para tomar la ciudad y nosotros debemos probar que están equivocados.
Por el eterno, por la bendición y por la gloria.
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