El prestigioso investigador Robert Klitgaard lo resumió diciendo que la corrupción no es un crimen de pasión, sino un crimen de cálculo. Y las personas que corrompen están haciendo cálculos muy explícitos: cuánto beneficio pueden obtener, qué probabilidad hay de que les pillen y cómo de severo es el castigo. Si aumenta el castigo, ¿disminuye la corrupción? Si aumento los beneficios, ¿también aumenta? “Lo que encontramos son resultados contradictorios: a veces sí, a veces no”.
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