Como los tentáculos venenosos de una anémona de mar, los brazos se levantan orgullosos acompañados de ensordecedores seighiels en el momento que el velero Horst Wessel entra en las aguas del puerto de Hamburgo por primera vez.
Nadie se da cuenta en ese momento porque el führerprinzip lo ciega todo como un foco de interrogatorio, pero un tentáculo cruza sus brazos, inocuo y discrepante, frente aquel estallido patriotero.
-¡Vamos August! ¿Qué te pasa? ¡Levanta el brazo!
-No.
-¿Por qué?
-Porque no.
August Landmesser tuvo sus motivos para dejarse envenenar y mover sus tentáculos a favor de la corriente, pero solo le bastó un antídoto contra las neurotoxinas paralizantes de la anémona: el amor a su mujer y su hija, Irma e Ingrid, que jamás podrían ser tentáculos.
-Esto es odio.
-¿Qué dices, August?
-Odio, solo eso.
Un fotógrafo disparó y una bala terminó impactando en August. Tarde. Pero familiarmente mortal.