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Viaje nostálgico (o no) al cochambroso videoclub de barrio

Quiero suponer que Charles Ginsburg murió feliz. El buen hombre, que contaba setenta y un años cuando le llegó el infortunado momento del óbito, dejó tras de sí una huella que debía de considerar imborrable. El planeta Tierra estaba todavía dominado por su gran invento, por el artefacto que le había dado sentido a su existencia, el que constituía su más generosa herencia para la raza humana: la cinta de vídeo. Que no era imborrable, sino borrable, endeble, plegable, arrugable y, en definitiva, detestable.

| etiquetas: videoclub , vhs , casetes , cintas de video

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