La exportación de ovejas merinas estaba prohibida en la España del siglo XVIII por ser considerada un bien estratégico y su contrabando, penado con la muerte. Para salvar esta dificultad, el rey francés Luis XVI solicitó como favor excepcional a su primo, el rey español Carlos III, una autorización especial para comprar un rebaño de reproductores merinos para el mencionado Centro Experimental y el ilustrado Carlos III accedió.