La escena ocurre hace 3500 años, en una abigarrada ciudad a los márgenes del Nilo. Una joven pareja se acerca a una rudimentaria botica y preguntan, algo tímidos, si hay alguna forma de saber si ella está embarazada. "No solo eso", les responde el boticario. "Por poder, podemos saber el sexo de la criatura". Y, acto seguido, saca un saquito lleno de semillas de trigo y otro con semillas de cebada. La mecánica es sencilla: la muchacha tiene que orinar en ellos. Si florece primero la cebada, será un niño; si lo hace el trigo, será una niña.