A finales del siglo XIX, en plena época dorada de la navegación transatlántica, eran bienvenidas todas las propuestas que permitieran cruzar el charco de la forma más rápida y económica posible. Claro que, una cosa era imaginar modos de navegar con más rapidez y otra muy distinta que el mundo real se empeñara en tumbar la mayoría de aquellas ideas. Viajar por los océanos a bordo de naves con grandes paletas o ruedas no era nada nuevo, pero el colmo de la propuesta rondante se la llevó un inventor francés que atendía al nombre de Ernest Bazin.