El pasado sábado me levanté lleno de vitalidad, infundido de un inhabitual ánimo (que no de animosidad como recalca un locutor más madrugador que culto). Decidí que debía alcanzar alguna gesta especial, irrepetible, de aquéllas propias de edades pretéritas. Dudé por un momento entre revivir la conquista del monte Gorbea (1.481 metros de altitud) o ir de compras con Carmen. Opté por la alternativa más heroica: Ser arrastrado por toda la peregrinación de Ikea....