Hace cerca de 50.000 años, un neandertal fue herido mortalmente en un costado. Se arrastró como pudo hasta su cueva, situada en el noreste de lo que hoy es Irak, y allí murió después de varias semanas de intensa agonía. Cuando sus restos fueron reconstruídos, a finales de los años cincuenta, los científicos se quedaron atónitos al comprobar la precisión y la limpieza de la herida que le mató.