Admiraba a mi tío Luís no sólo por su bondad, sino por una capacidad suya que me pareció siempre extraordinaria pero que, intuyo, abunda más de lo que sospecho. Mi tío podía echar una cabezadita (la famosa «becaeta» valenciana) en cualquier lugar y situación, ya fuese una estrepitosa fiesta de cumpleaños o un morigerado funeral