Los habitantes de un pueblo en el surcentro de Inglaterra están desconcertados: semana tras semana montones de turistas chinos circulan por sus apacibles calles. Los grupos de visitantes aparecen en Kidlington y se les ve posando entusiasmados para sus propias cámaras. Sonríen en frente de los jardines de las casas, y aunque están a una distancia corta de unas cabañas hechas de paja y una iglesia antigua, prefieren tomarse fotos frente a las viviendas más modernas.