Lo que a Paul Chestow le despertaba en sus periodos en alta mar era el silencio. En los días donde faenaba, las noches eran cortas y el sonido mezclado del mar y la maquinaria era intenso; “cuando todo parecía haberse detenido, sabía que era hora de despertar”. Doce, catorce o dieciséis horas de pesca aguardaban. “Eran buenos tiempos, éramos jóvenes, se cobraba mucho, aguantábamos bien el frío, podíamos beber todo lo que queríamos, no se nos tumbaba tan fácilmente”, recuerda Paul, que ahora trabaja como mánager en el puerto de Grimsby.