Charlene Downes tenía que haber sido anónima: normal, nada especial, otra estudiante del montón de una familia cualquiera del norte de Inglaterra. Mujeres como Charlene las hay a montones. Este año habría cumplido los treinta, si siguiera viva; ya madura, tal vez madre, quizá desgastada, sin duda traumatizada y maltratada por la vida. Su nombre no significaría nada más allá de su mundo. Con su iluminación y ese aire de esplendor de baratillo, la zona que hay detrás del paseo marítimo de Blackpool podría parecer un mal viaje: callejones oscuro