Aquella tarde lluviosa en la aldea Faramontaos, el melódico reclamo quedó registrado para la posteridad en una cinta magnetofónica. Un sonido que, lejos de la nostalgia, se relaciona con el peligro, con la amenaza. Es la llamada del encantador de serpientes, de todos aquellos peregrinos órficos que cruzaban los pueblos de la Antigüedad y a los que los animales y los niños seguían. La llamada que nos saca de nosotros mismos y nos arroja a lo desconocido.