Un régimen político así de cómico es el que sufrimos en España. Monarquía hereditaria como forma de Estado, por designio de un dictador, y oligarquía de partidos o partitocracia como forma de gobierno, cínicamente definida, por la clase política, como “democracia parlamentaria”. Todo ello, por supuesto, bendecido en su momento, mediante un referéndum tramposo, por un pueblo ignorante y sumiso, amedrentado por cuarenta años de dictadura y engañado por todos los partidos legalizados.