Mentir, más allá de cualquier consideración moral, da hambre. Es un problema, si se quiere, fisiológico. Un buen embuste exige, como poco, memoria, imaginación y gesto decidido. Los mentirosos sudan mucho. Y claro, tanto esfuerzo acaba por abrir el apetito. Después de ver 'The Armstrong lie' (La mentira de Armstrong), el documental de Alex Gibney presentado en Venecia, es difícil imaginarse un personaje de la historia reciente (no sólo del ciclismo) tan enfermizamente hambriento. Quizá insaciable.