Nadie se mantuvo al margen, ni esa joven con guirnaldas en la cabeza y aspecto aniñado. Tampoco el hombre de pelo canoso que parecía sacado de una película de moteros. Los adeptos espirituales seguidores de las creencias autóctonas eran lo que creaban más algarabía. El poder del llamado “Templo del Sol” en toda su plenitud. Un inicio de verano cargado de exotismo y amistad que solo auguraba las mejores perspectivas. Nos alejamos con la profunda sensación de formar parte de un proyecto inabarcable, universal.