En 1985, dos años antes de que el Cojo Manteca fuera portada de los principales medios de comunicación de este país, mi padre, aprobó el examen más importante de toda su vida. Vallecas vivía un momento difícil y convulso (en realidad, siempre lo ha vivido), pero por entonces, sus jóvenes, morían enganchados a la heroína gracias a la connivencia de un Estado que, silenciosamente, permitía la desaparición de casi una generación entera.