La llamada Ley de Say es de sentido común y una verdad evidente: todos compramos (demandamos) lo que queremos con lo que producimos. El dinero sólo sirve para que el intercambio no se base en el trueque. Es decir, aportamos los bienes o servicios que producimos a cambio de dinero, y con ese dinero compramos. Nuestro poder adquisitivo sigue siendo el valor de mercado de nuestro aporte a lo que otros desean. Siendo ese principio tan obvio y de tan fácil comprensión, cuesta entender cómo se extendió el error.