La sensación que se tiene al llegar en metro al 93 desde el centro de París es que se llega a un país diferente. Y la impresión crece si se toma en hora punta el tranvía que añoran Cissé y sus vecinos. El 1 recorre media región a paso de caracol. Pare en la ciudad que pare, por la ventanilla se ve siempre un paisaje feo, sucio y hostil: las señales del gueto. Dentro, los vagones van atestados, huele a sudor y las caras mezclan tristeza y cansancio. Apenas se ven teléfonos móviles, nadie lee libros ni periódicos, y casi nadie valida su billete .