Si les diesen un euro a los griegos cada vez que un gobernante clama contra los especuladores, lo mismo no hacía falta rescatarlos. “Hay que poner freno a la especulación”, repitió esta semana Angela Merkel. “Hay”, ese verbo de sujeto impersonal, como si el freno dependiese de los extraterrestres o de algún otro extraño desconocido. Y así llevamos casi dos años, refundando el capitalismo en cada discurso mientras los especuladores nos sirven otras dos tazas.