Llega tarde, tiene que irse. Se va. En el recibidor deja un gesto, unas palabras, una sonrisa, colgados del aire. Los veo flotar frente a mí, como mariposas congeladas en pleno vuelo. Intento alcanzarlos, pero de pronto el aire se ha vuelto espeso a su alrededor, denso como mercurio, y no puedo llegar. Entonces todo comienza de nuevo.