A setenta metros de profundidad, en las frías y oscuras aguas del Báltico, reposan los pecios oxidados de tres barcos. Eran tres buques que transportaban refugiados, en su mayoría mujeres y niños, que fueron hundidos por los torpedos de los submarinos soviéticos en 1945. Los pecios, protegidos por las leyes nórdicas de respetar la paz de las tumbas aunque sean víctimas de conflictos, son los restos olvidados de la mayor catástrofe marítima de la historia moderna.