Perdidos lo estamos todos, pero no por ello acabamos todos sumidos en la perdición. El estereotipo del consumidor de heroína es el del yonqui, macilento y desdentado subhumano, aletargado despojo marginal que la sociedad rehúye como a un leproso. Un toxicómano que delinque para consumir, no aporta nada a la sociedad, constituye una carga para el Estado. Nunca nos planteamos la posibilidad de que inteligencia y sentido común ayuden a redimensionar la leyenda negra de la más demonizada de las sustancias narcóticas...
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