Desde que irrumpiera a mediados de los cincuenta en Estados Unidos, el Black Friday ha crecido lo suficiente como para convertirse en un fenómeno internacional y transversal. Sólo en España mueve más de 1.500 millones de euros anuales, gracias, en gran medida, a la incorporación de negocios tradicionales y locales a la fiebre del descuento. ¿Pero tiene sentido que pequeños negocios y proveedores se sumen a una jornada óptima, ante todo, para las grandes superficies?
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