Si México tuvo a su Chapo Guzmán y Colombia a su Pablo Escobar, España ha tenido a sus Charlines, su Laureano Oubiña o su Sito Miñanco. No una aristocracia criminal, pero sí una rutilante clase media. Los narcotraficantes forman parte de nuestro folklore nacional, son figuras familiares que gozan de un cierto arraigo. Eso explicaría lo bien que ha acabado cuajando en España ese genuino producto latinoamericano que son las narcoseries.
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