Dejando de lado las incontables atrocidades que cometieron, tenemos que admitir que hay algo asaz risible en los dogmas totalitarios. Se trata de la solemnidad, esa seriedad escoba-en-culo tan proclive a la befa. También la masculinidad exacerbada, el fervor patriótico, la propensión al eslogan hiperbólico, los uniformes grotescos, los desfiles churriguerescos...
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