Cuando se aburría, la emperatriz organizaba peleas de mujeres lisiadas que se tiraban de los cabellos hasta sangrar, pero nada la hacía reír más que los partidos de “lanzamiento de enanos” contra un muro. Ana destinaba gran parte de su tiempo a descubrir los más jugosos chismes gracias a una intrigante red de bufones y damas que pululaban, escuchaban conversaciones y espiaban el correo de la gente de palacio.
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