El movimiento se venía fraguando desde que se comprobó que la estructura de impuestos a las empresas internacionales no estaba adaptada a la nueva realidad digital, pero la pandemia y el cambio de poderes en la Casa Blanca han acelerado las cosas. Tradicionalmente, para que un país pueda reclamar el pago de impuestos a una compañía, esta ha de tener presencia física permanente en él. Las difusas fronteras de lo digital han hecho saltar por los aires esa concepción.
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