En 1997, Gabriel García Márquez se atrevió a cuestionar un dogma: las normas ortográficas impuestas por la Real Academia a los hispanohablantes. En un famoso discurso [“Botella al mar para el Dios de las palabras”], el genio colombiano abogaba por jubilar la ortografía, “terror del ser humano desde la cuna”. Ese terror que atenaza al párvulo ante la letra escrita se convierte en miedo pánico para el ilustrado al ver alguno de los carteles seleccionados: un compendio de horrores ortográficos, salvajes patadas al diccionario.
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