El mundo no pudo ver la adaptación más aterradora de Drácula hasta 1922, cuando F. W. Murnau estrenó Nosferatu, que a puntito estuvo de desaparecer de la faz de la Tierra por el afán implacable de Florence Balcombe, la viuda de Bram Stoker. La viuda demandó a la productora del filme con los abogados de la Sociedad Británica de Autores y exigió con una furia terrible, no solamente una compensación económica por la infracción de derechos que había cometido Murnau, sino también que se destruyera toda copia existente de la película.
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