A cambio de mil dólares semanales, Hugh Hefner obligaba a las mujeres que vivían en su mansión a cortar todo lazo con el exterior. Tenían que operarse y pesar según unos estándares predeterminados y estar siempre disponibles para sus orgías en las que eran drogadas y paseadas atadas con correas de perro para deleite de sus invitados, destacados miembros de la sociedad civil estadounidense. Sin embargo, todo era grabado, lo que luego permitía a Hefner tener el control de los periodistas que habían pasado por sus fiestas
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