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De cómo la gente se descojona del mendigo Michael Jackson

Cuando entró un señor canoso con un chándal azul de los 80, y subieron la música y sonó Billie Jean (¿o era Bad?) y aquél pegó dos saltitos y un caderazo, todos (o casi) vieron claro que tenían derecho a descojonarse a su costa. Fue un rato agradable para los comensales, estratégico para los camareros y poco rentable para el mendigo. Los masticantes soltaron los cubiertos y agarraron los vasos. El señor de azul intentaba que no se le resbalara el pantalón, que le venía ancho, y propinaba pataditas al aire y daba vueltecitas arrítmicas.

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