El otro día, un amigo me contaba que estaba en su trabajo, tomando un café; uno de esos de la máquina que se ha convertido en el estándar de facto en la mayoría de las empresas, vamos, una Nespresso. Cuando le dio al botón, algo raro pasó y la máquina se quedó colgada —cada vez se parecen más a los ordenadores— y con luces parpadeantes. Apagó y volvió a encender (mi amigo es informático) y la cosa se arregló sola —igualito que un ordenador— y pudo satisfacer su necesidad de cafeína.
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