Herbert estaba en lo cierto

Herbert lo entendió, pero la metáfora pasó desapercibida. Somos invisibles para el resto, para la mayoría; en realidad, para todos.

Somos como las sombras de las llamas en la caverna de Platón. No importa cuánto parezca que alguien nos ha visto como somos, es solamente un espejismo, una quimera autoinferente, una hermosa condescendencia para con nosotros. No. Nunca nos vieron, somos sólo un espejismo, en el reflejo de una mirada, en nuestros propios ojos, pero jamás nunca nos vieron con nuestros propios ojos.

Jamás existimos, porque jamás nos vieron.