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Edgar Allan Poe, por H.P. Lovecraft
Antes de Poe, la masa de escritores de terror había trabajado en general a oscuras, sin comprender la base psicológica del atractivo del horror, e impedidos por una mayor o menor conformidad para con ciertas convenciones literarias vacías tales como el final feliz, la recompensa de la virtud y, en general, un didacticismo moral hueco, la aceptación de estándares y valores populares, y los esfuerzos del autor para imponer sus propias emociones a la historia y ponerse del lado de los partidarios de la mayoría de las ideas artificiales. Poe, por el contrario, percibió la impersonalidad clave del verdadero artista; y supo que la función de la ficción creativa no es más que expresar e interpretar sucesos y sensaciones tal como son, sin tener en cuenta hacia dónde se inclinan o qué demuestran: bien o mal, atractivo o repugnante, estimulante o deprimente, con el autor siempre comportándose como un despierto y desapegado cronista más que como un profesor, simpatizante o defensor de una opinión. Él vio claramente que todas las fases de la vida y el pensamiento son igualmente válidas como tema para el artista, y al sentirse inclinado por carácter a lo extraño y tenebroso, decidió ser el intérprete de esos poderosos sentimientos y frecuentes sucesos que infligen más dolor que placer, más descomposición que crecimiento, más terror que serenidad, y que son fundamentalmente adversos o indiferentes a los gustos y los sentimientos externos tradicionales de la humanidad, y a la salud, cordura y el bienestar general normal de la especie.
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