Hay cosas que no se olvidan y que marcan el carácter para siempre. Podría empezar contando que a los 5 o 6 años ya conocía el sabor del esmegma y no el mío, precisamente.
A pesar de todo no considero que haya tenido una vida especialmente sórdida, viendo lo que se ve, claro que tampoco tengo en realidad con qué comparar, de primera mano. Se vive sólo una vez y si no fuera el caso tampoco lo recuerdo.
No tengo ningún problema en el sentido de que yo, camino con la cabeza bien alta. Dudo que muchos otros pudieran decir lo mismo. Claro que me he equivocado una y mil veces, tanto como cualquiera si no más. Pero, como se vive sólo una vez, supongo que he aprendido algo de la importancia de cada acción, irreversible e indeleble.
Y hay algunas que nos marcarán para el resto de nuestros días. Esto pretende ser un breve relato de aquel verano del 95, cuando tenía 15 años. Que nadie espere nada demasiado espectacular, al fin y al cabo sólo fui otro chaval de una familia trabajadora, en algunos momentos más acomodada que en otros, al final siempre hay a quien le va mejor y peor, contribuyendo a reafirmar esa falsa sensación de clase media.
Ahora que lo pienso son circunstancias que no suelo repasar, supongo que no es agradable. Pero puede que sea necesario. Voy a omitir nombres de personas y lugares. baste decir que veraneábamos en una urbanización de la costa desde el 91 o 92 quizás. Creo que 92, no sé. o Quizás antes, pero lo que vengo a contar arranca más entrada la adolescencia, cuando se suele tener (o no) las primeras experiencias, no con las chicas, claro, eso desde siempre. En el sentido de más o menos amistad, charla, el colegio ,etcétera.
Con 13 años ya había conocido a I. Por entonces las hormonas no habían terminado de despertar del todo pero ya empezaban a dar avisos. Ella era un par de años mayor, sus padres tenían un apartamento de propiedad y se pasaba en la urbanización todo el verano. Siempre estaba entretenida, los chavales iban y venían y ella siempre estaba liada con alguno.
Debió ser el 93 cuando estaba liada con B., un gallego, él volvió con su familia a su lugar de residencia mientras otros permanecíamos allí y al día o los dos días (quizás fueran tres, hace 30 años de esto) ya estaba liada con A. Un euskadun que pintaba muy bien, aún conservo una pequeña acuarela suya que retrata a lo lejos el pueblo de noche.
No recuerdo excatamente como fue, a mí me chocó bastante y no me parecio del todo... ¿bien? No sé. Recuerdo habérselo dicho, creo que le hice llorar y mi hermano me montó una bronca terrible. Me lleva 8 años. Supongo que ni era ni soy nadie para decirle a nadie lo que me parece nada. Pero pasábamos bastantes ratos juntos y bueno, ésa era mi opnión, no recuerdo los detalles, pero creo que tuvo más de espectáculo la bronca que me montó mi hermano que lo que le pudiera decir a ella. Dos años a esas edades se notan bastante.
Seguramente, haciendo algo de instrospección pseudofreudiana, sintiera que me quitaban a una amiga, o ya quería estar con ella en alguna medida, más que como amigos. Creo que A. se terminó yendo también y pasamos algunas noches hablando, con la música de la orquesta a lo lejos, recuerdo unos columpios fuera de su horario habitual, un poco apartados. Hablando nada más, ella ya algo me dijo entonces pero no fue hasta el año siguiente.
Un año es mucho tiempo a esas edades, los cursos se me hacían un via crucis eterno de deberes no entregados y asignaturas supendidas o aprobadas por los pelos, recuperaciones, un desastre. Jamás fui capaz de encontrar placer en ello, según mis profesores era un típico caso de potencial desperdiciado.
Pero al final de curso llegaba el verano, no era mucho mejor en realidad, pero suficiente alivio no tener que ir a clase. Ya había tenido un primer beso con una compañera de clase, algo que terminó casi antes de empezar y supongo que estaba un poco chafado y con ese totum revolutum de hormonas que corresponde a la edad.
Cuando llegamos a la urbanización I. ya estaba allí. En seguidad retomamos la proximidad del año anterior. Y bueno, no hace falta a estas alturas darle muchas más vueltas ni romanticismo que tal vez no fue, la cuestión es que nos liamos. Pasaron muchas cosas aquel verano, a G. le partió el labio un francés al que llamaban Conan por culpa de una absurda camiseta que yo llevaba de un niño como de 5 años, vestido de punk, con su crestita, mostrando travieso el dedo del medio. Claro que fue él el que aprovechó para poner en práctica el poco francés que sabía con algún insulto, pero no me quiero desviar más de la cuenta.
Cada noche buscábamos un lugar para escaparnos un rato de los demás. A final del verano incluso P. D. se escurrió a hurtadillas en la terraza de un chalet con una cámara fotográfica réflex y flash, para inmortalizar el momento. Muy simpático, afortunadamente nunca he visto esas fotos. Podría dar muchos más detalles, los hay sin duda relevantes y a buen seguro hay muchas cosas que no sé, pero lo cierto es que el verano terminó, habendo descubierto el sexo pero, la verdad, sin haber descubierto mucho de lo que es una mujer, en todos los sentidos. ¿Has tocado el garbancito? preguntaba G., más emocionado que yo, incomodándome un poco. Creo que era algo mayor, me llevaba ventaja no sólo en eso, ya conocía toda la discografía de Gunsn' roses.
Bueno, parece que el texto de momento no hace mucho honor al título, ¿no? Los momentos malos no serían tan malos si no vinieran justo después de uno mejor de lo habitual. Vuelta a la ciudad, vuelta al nuevo curso, paso de colegio al instituto, cambio de ambiente que no fue nada bien, pero viendo como fue el año siguiente aún pudo ir mucho peor. Eso ya lo contaré otro día.
¿Que pasó? Bueno, el verano es un contexto, al final estábamos allí en la urbanización y ni siquiera podíamos huir muy lejos y aunque I. viviera en la misma ciudad que yo, y quedamos algunas veces, aquello pensé que no iba a funcionar por varios motivos. Ya no había ni terraza del chalet vacío, ni casa en ruinas abandona que usábamos de cabaña, ni césped de la piscina, todo estaba muy lejos, la obligación de las clases de por medio, todo era distinto.
Y, conociendo como conocía a I., que tal vez no fuera mucho pero había visto lo suficiente, estar tan lejos no creo que hubiera deparado nada bueno, ambos viendo caras distintas cada día. Hay unos versos de Sabina que calcan como terminó aquella relación: "la llamaré mañana, hoy se me hizo tarde, esta forma tan cobarde de no decirnos que no".
No habían móviles ni internet, te llamaban y lo cogías si estabas en casa, con suerte, o te daban el recado al llegar. Aquello no podía funcionar. I. terminaría por cansarse como empezaba a cansarme yo, encontraía a alguien más cercano y eso que habíamos quedado ¿una o dos veces después del verano? Tal vez tres, o cuatro, lo cierto es que la magia desaparece engullida por la rutina. Supongo que el pecado inperdonable que cometí fue adelantarme. Puedes pensar que sí, pero un hombre no puede dejar a una mujer, como mucho puede conseguir que ella lo deje a él. No hay bicho en el mundo más vengativo que una mujer despechada, pero eso lo supe más adelante.
No devolví alguna llamada, creo, no sé ni cómo ni qué le dije pero algo le tuve que decir. Terminó. O eso pensaba yo, claro. El año lectivo no arrojó muchas novedades. Bueno sí, muchos más suspensos, ¿tal vez suspendí prácticamente todo? No, todo no porque recuerdo que al siguiente sería aún peor. Creo que en algún trimestre suspendí hasta educación física, que ya es decir, siempre se había aprobado sola. Fatal no, peor. Pero aún faltaba el colofón, porque al terminar el curso, como es natural, venía el verano. Verano de 1995.
Supongo que algo me veía venir, casi como una oveja que va al matadero pero a pesar de todo sigue avanzando. Poco podía hacer. Un año más, ya descubriendo algunos vicios, recuerdo más tabaco y otras cosas de fumar. Nada serio, tampoco había mucho con lo que sufragarlos.
Vaya, olvidaba algo, la carta de V. Aunque seamos dinosaurios ya, también teníamos nuestras formas de comunicarnos. O ellas las tenían, los tíos no nos enteramos de gran cosa. No he comentado el día que paseaba con I. y con V. con una colgada de cada brazo. Podría decir muchas cosa de I. pero no que fuera celosa, todo lo contrario. Eso iba a ser cosa mía. Diría que lo del paseo fue idea suya, V. era más joven, uno o dos años, y P. le había dicho que si no era para follar que no diera la tabarra o algo así me llegó y, bueno, supongo que estaba aún en otro momento. No me lié con ella nunca pero recuerdo aquella noche por el paseo marítimo, aún en el 94, algunos guiris se giraban y alucinaban un poco. Pero ya está bien de fardar, supongo que desde ahí ha ido todo más o menos cuesta abajo y en realidad era todo bastante inocente, la chica estaba sola, las hormonas tiraban y de alguna manera I. no tuvo mayor reserva en compartirme para pasear un rato cogidos.
Después de romper con I., si es que es ésa la palabra, yo diría más bien que se apagó como una llama sin oxígeno, después de que terminara, recibí un carta de V. Habrían hablado entre ellas, supongo y supuse. De alguna manera, bueno, me decía que le gustaba y tal. Yo ya dudo si es que realmente he acertado en algo en mi vida, no se me ocurrió más que decirle la la verdad, que quien me gustaba era I. ¿Qué cómo puede ser? Pues así era, pero las circunstancias, lamentablemente, mandan.
Total que cuando llegué allí en el 95, aquello fue como Chernóbil después del accidente. Donde hubo buen rollo, fiesta, alegría, sexo... yo ya no fui capaz de volver a encontrar allí nada de todo eso. Mi padres han vuelto allí, por curiosidad, mi hermano ha vuelto. Yo dudo que vuelva jamás.
Lo primero que me encuentro al llegar, más perdido que de costumbre, vagando por ahí a ver que gente había es que I. está liada con P. Vale. No es lo que nadie pueda soñar sin despertarse con sudores fríos pero te tragas el orgullo y tiras adelante, hay más gente, otras historias, llevaba aquella primera cinta de Agua Bendita y otra con algunas canciones del Rock Transgresivo.
Pero lo cierto es que en el resto de la gente no hallé demasiada receptividad y no iba a ser ni tan sencillo ni tan fairplay como yo, pobre iluso de mí, había querido pensar. También puede ser que uno no destelleara alegría. Pero bueno, fue sólo un verano, aún pueden venir peores, difícil que sean más jodidos pero siempre puede ser peor.
No recuerdo estar mucho con la gente aquel verano, a saber por qué, más bien encerrado en el apartamento escuchando música. Un poco apartado, sí, como si me trataran un poco como no sé, nada concreto pero, en fin, a saber que contó cada quien.
La cuestión es que I. estaba con P., ya sé que ya lo he dicho, que no era exactamente un galán de metro ochenta, pero era algo mayor, un par de años o así, manejaba algo más de viruta, le gustaba divertirse y al final va a tener mucha razón aquella que cantaba "girls just wanna get fun", o algo así. Cindy Lauper, eso.
De alguna manera y poco a poco fui como venciendo una cierta resistencia y parecía que volvían a medio aceptarme en la manada, o eso pensé. Ja. Os cuento el numerito del apartamento de G. Otro G, no el de antes. V. creo que no fue ese verano. Pues eso, los padres de G. no están y montan como una fiestecita, creo que llevé alguna cinta, habían pillado como un talego entre todos y yo además estaba absolutamente canino.
En algún momento salta P. haciendo de contable con un "aquí hay dos que no han pagado". Uno era yo, la otra era I. Éramos unos cuantos, bueno, pues yo creo que ni de fumar me dieron. Pero bueno, mira, qué más da. Un detalle tonto y feo. Además tenía razón, no había puesto lo que no tenía. No sé como avanzó la noche, eran apartamentos de veraneo muy pequeñitos, no sé si salí a tomar el aire, si estaba pensando en irme o qué.
Pero en cuanto salías quedaba a mano izquierda un porchecito con una mesa y unas sillas de muy pocos metros cuadrados y cuando salí el panorama que me encontré fue la cabeza de I. entre las piernas de P. Creo que incluso les tiré un camistea como, hombre, tapad eso un poco, haced lo que os salga de los cojones, pero, ¿de verdad necesitáis restregármelo por la puta cara? Quiero decir, que no tenía absolutamente nada de habitual. Al menos para mí.
Creo que sólo volví a quedar con el grupo después una noche que bajamos al pueblo, no sería muchos días después. Ese verano me salvó la música, si es que algo se ha salvado. Pero aún hay más. Vamos al pueblo, no se si acepté por desesperación, estaba encerrado en aquel apartamento casi como una rata en una jaula y mis padres: ¿no sales? no, no tengo ganas. O igual acepté porque pensé que I. no se pondría a meterse en la boca nada más que la lengua de P. delante mío, ya no podía ser peor. Qué le vamos a hacer, aunque yo no lo veo así, podría resultar que el problema era sólo mío, pero tampoco podía esfumarme de allí, qué más hubiera querido.
Total, que no había dinero y en cierto punto de la noche creo que yo me tenía que volver al apartamento porque no había un duro y tampoco querría esperar a la última parte de la fiesta que es cuando se suelen desfasar las cosas. Qué desfase, decía G., cómplice de copas, correrías y otras yerbas de P. Pero esperad, que antes de la traca final os tengo que contar lo de la maleta de G., ni siquiera sé si fue ese verano.
La urbanización estaba a medio terminar, luego me han contado que se ha masificado de edificios pegados unos a otros pero entonces había bastantes descampados y algunas casetas como de obra que no estaban cerradas. Paseando con G. llegamos a una caseta, entramos, y hay como una maleta negra, de cuero, en plan Pulp Fiction casi, aunque creo que se estrenó después.
Y yo alucino, claro. Supongo que lo llegué a decir: ¿qué habrá dentro? No sé, ábrela, me dijo. Y eso hice, lleno de curiosidad, para encontarme dentro, tachán tachán, redoble de tambores: un suntuoso truño. Un pedazo de mojón enrollado. El notas se descojona. Yo no entendía, ni un mierda, claro. Que había pasado un día por allí, le había dado un apretón, vio la maleta y...
Para lo flaco que estaba el tío se hacía difícil entender que hubiera podido fabricar eso con su organismo, en fin. Con G. te solías reír, pero vaya puto tarado. Y éste era el cómplice de correrías de P., tenían más o menos la misma edad y les gustaba un poquito el vicio, todo bien.
Y aquella noche, en el pueblo iban a seguir la fiesta algunos y yo a volver. Supongo que llevaba dinero para el taxi y no más, no sé. Y en esto que I., viendo el panorama se descuelga, que se vuelve. P. no es que nos mirara un rato, es que nos hizo una radiografía con los ojos, enterrados tras aquellas gafas de culo de botella. I. en plan de que se encontraba mal o estaba cansada o algo. Y yo... yo que sé qué cojones van a hacer conmigo. O igual alguna idea tenía. P. valoraba si volverse también. G. que no estaba mucho por esos asuntos y tenía ganas de fiesta acabo tirando de él, y después de escrutar el panorama que se había creado, al final como que consintió en seguir de fiesta. Evaluaba un riesgo, no sé si calculó que no era tanto riesgo o que no le importaba tanto. Casi mejor que se hubiera venido, aunque supongo que había una conversación pendiente.
Yo a esas alturas estaba hecho pura mierda. Y no me refiero a esas alturas de la noche si no del verano, no sé si me iba al día siguiente o al otro. Ya en el taxi, supongo que empezaría ella, con el rollo de que se encontraba mal pero podría haber sido algo parecido al revés. O igual sí se encontraba mal de verdad, motivos no deberían haberle faltado. De todas formas da igual.
Volvimos a la terraza de aquel chalet que parece que nunca se alquilaba. El primero a la izquierda. Nos liamos, claro. Bastante rato, hasta que busqué con la mano debajo de su ropa interior, como el verano pasado acostumbraba. Pero ya era otro verano. Me cortó en seco. Me dijo que le había hecho mucho daño. Había algo de odio en sus ojos, rencor. Escupió las palabras con una suerte de violencia contenida. Estuvimos largo rato en silencio. Y yo cada vez sabía menos que hacia allí, tal vez buscar algo de los restos de P. en su boca, a la postre.
Porque no, naturalmente no le diría nada a P. y supongo que yo hice lo que puede para no volverme a cruzar con él hasta que al poco nos marchamos, para, en mí caso, no volver jamás a ese lugar. Hace algunos años salió en prensa que se había derrumbado algún apartamento de la urbanización. Podría decir que aún quedan demasiados en pie, pero la verdad es bastante peor. No sentí absolutamente nada.
Recuerdo a P., recriminándome que les tirara las camiseta cuando me los encontré inevitablemente en el porche, informándome: ¿Sabes lo que estaba haciendo? Me la estaba... me hizo un gesto como de, en fin. Va a hacer casi 30 años de eso. Podría haber sido como ellos, pero no es como soy. Tampoco soy, para bien o para mal, como hace 30 años. Aunque de alguna manera sigo siendo el mismo.
Ya el año anterior, hubo una anécdota tonta pero significativa, a P. que recibía la visita de una amiga se le ocurrió proponer que nos bañáramos, íbamos con ropa de calle. Y aunque nos pasábamos todo el día en bañador, algo había en aquello que no me pareció nada bien, yo dije que pasaba. I. en cambio se sumó entusiasmada. Me fui paseando hacia las rocas, viendo como los tres chapoteaban en ropa interior a pocos metros de la orilla, en el radio cassette había estado sonando "Since I don't have you" de Guns n' Roses, recuerdo estar allí sentado silbado Cadillac solitario de Loquillo. Y fundir la cinta, en la terraza del apartamento con Amor castúo de Extremoduro, entre otras.
No es una historia de éxito en plan, "ahora me dedico a la música y me va muy bien", no, pero algunos años y mujeres no mucho mejores después (como son muy pocas las recuerdo bien, tal vez algún día hable de ellas) me compré una guitarra. Y ahí encuentro, o por lo menos puedo buscar, mi lugar. Al mundo, como comprenderás, hace mucho que por mí le podéis prender fuego.
Pero ya que hemos empezado con sabores, podemos terminar igual. En aquella cala, más inocente aún que virgen, preguntándole a I. ¿hasta dónde quieres llegar? Y, ¿sabes? ya no estoy seguro si el sabor que recuerdo es el de su su flujo o el de los restos de otro esperma. Y lo peor es que ni siquiera importa. Ni importaba entonces ni importa ahora. Ni siquiera importa.
¿Y qué fue de V.? Trato de hacer memoria y al final ya no sé si estoy imaginado. ¿Tal vez se suicidó? ¿Por mi culpa? ¿Es posible enterrar tanto un recuerdo doloroso que desaparece? Creo que me lo invento, tratando de encontrar una razón para lo que sí recuerdo demasiado bien. Para tratar de darle algún sentido.