El objeto inamovible y la fuerza imparable (Todología aplicada 4)

El profesor ocupaba su rincón habitual en la cafetería tras una taza humeante tronchándose con un periódico entre las manos como si leyera un Mortadelo.

-Pero que subnor…

-Profesor, disculpe- Una alumna le interrumpió con un algo titubeante.

-Las tutorías son los jueves.

-Hoy es jueves- replicó confundida.

-¿Hoy es…?- Volvió el periódico para mirar la portada, acto seguido dio un rápido vistazo al reloj y carraspeó un poco:

-Ya, jueves. Pero ni éste es el horario de tutoría ni estoy en mi despacho, ¿qué quieres?

-Verá, es que tengo una duda que me está quitando el sueño últimamente y…

-¿Por qué no vuelan las gallinas?

-¿Gallinas? No, es que…- dudó por un momento de la cordura del viejo.

-Pues entonces es mejor pensar que sí te quiere.

-Profesor, no es eso. Es una duda filosófica que estoy convencida de que no tiene respuesta, es una paradoja, la prueba de que la razón es necesariamente incompleta y…

-Una pregunta mal planteada, entonces.

-¿Qué? Si aún no he planteado nada.

-Has dicho una paradoja, ¿no?

La joven empezaba a temer que se iba a volver tan vacía de respuestas como había venido.

-Pero vale, veamos esa duda- dejó reposar el periódico sobre la mesa y por primera vez desde el inicio de la conversación le dirigió la mirada, los ojos se le encogieron un poco entre las arrugas mostrando un brillo fugaz.

-Bien, la pregunta es: ¿qué sucede cuando una fuerza imparable colisiona con un objeto inamovible?- y la acompañó con un gesto con la mano en el que se podía leer algo como “o sea, esto es la repanocha”.

-Bah- volvió a enderezar el periódico y volvió a su lectura por unos segundos.

-¿Qué? ¿No lo ve? ¡No tiene respuesta, es un dilema! ¡La razón no puede…!

-90

-...o sea, no puede...¿Qué?

-No-ven-ta- silabeó sin levantar la vista del papel.

-¿Cómo? ¿noventa qué? ¿los años 90? ¿Qué noventa? ¿noventa… grados?-La chica empezó a intuir algo.

-Pues claro, no van a ser pollas.

-Oiga, no me… ¿pero 90? ¿por qué 90?- las fascinación había eclipsado toda ofensa.

-Pues vamos a ver, -volvió a dejar vencerse el manojo de papeles sobre la mesa- has planteado dos condiciones, la primera que la fuerza no se puede parar y la segunda que el objeto no se puede mover, y propones que colisionen.

-Ajá.

-Ni siquiera haría falta llevarlo a términos absolutos, bastaría con que fueran equivalentes. Y yo te digo que si al colisionar se desvían 90 grados se satisfacen ambas condiciones.

-No, no es cierto, si dice que se desvían es que el objeto se mueve.

-No, no en ese eje.

-¡Ja! ¡Está usted haciendo trampas! ¡Se está saliendo por la tangente!

-Uhm...-miró hacia arriba y a la derecha buscando en algún rincón de su conciencia – No, a la primera no y a la segunda sí, es justo eso. Pero puedes verlo como quieras- y con esas palabras y una sacudida de papeles volvió a su diario.

-Pero oiga, las cosas serán como son, no como las quiera ver yo, ¿no?

-Por supuesto. Pero también se podría interpretar que gira. Al final un cuerpo que gira sobre su propio eje sólo se mueve en relación a sí mismo y puede ser perfectamente estático.

-Pero se mueve.

-Eso dijo Galileo. En otro contexto, claro. -la sonrisa del profesor fue apacible. La joven quedó algo turbada pensando en los enfoques que había pasado por alto, sin saber como seguir, mientras el profesor paladeaba el contenido de su taza.

Pero por supuesto no iba a permitir que aquello quedara así, por lo que optó por un cambio drástico de táctica, dijo: -Ah, entiendo, gracias, pensaré sobre ello. Y por cierto, ¿es verdad que se folla a sus alumnas?

Algo del líquido de la taza del profesor no fue exactamente por donde estaba previsto dando lugar por un breve instante a algunos curiosos ruidos de los que se repuso en seguida:

-A todas, sí, pero me temo que no siempre como tal vez algunas querrían. Nos vemos en clase.

Y acompañó la última frase con un gesto de la mano que sostenía la taza, invitando a su interlocutora a dar por finalizada la conversación con una sonrisa un poco más amplia que la anterior.

La joven dudó unos instantes como si no supiera exactamente hacia que dirección irse y finalmente se dio la vuelta por donde mejor supo sin articular palabra, con más preguntas de las que había venido, que sin duda es lo más parecido a aprender algo.