Podríamos imaginar a un pastor de lo que llamamos el neolítico. Llamémosle Ismael, por ejemplo. El lugar en realidad no importa demasiado. Podemos pensar que tuvo descendencia, digamos una hija, que se empareja con otro congénere y tienen a su vez descendencia.
El abuelo, la hija, el yerno y los nietos, desde su punto de vista. Y, como es de suponer y dudo que eso lo hayan cambiado lo milenios, los abuelos siempre cuentan batallitas. También a los nietos cuando la generación de inmediato relevo ya se las conoce todas.
Ésa sería un poco la escena. Los nietos, aún pequeños, corren aterrorizados en busca de su padre.
Ismael desde luego habría puesto inevitablemente algunas pinceladas de su cosecha, más acertadas o menos, sin siquiera la intención de inventar nada. Probablemente estaría transmitiendo una historia con la que también su abuelo le aterrorizó a él de niño.
El yerno de Ismael, padre de los niños, ve como se le revuelve el nido y los pequeños tiran de sus ropas entre llantos: -¡El abuelo nos ha contado que hace mucho tiempo el agua se tragó la tierra! - ¡Sí, y casi todos perecieron! -Y dice que cualquier día volverá a pasar, que habrá señales en los cielos...
El padre escucha sus explicaciones con el ceño fruncido casi sin poder separarlos de sus sencillas ropas: -Vamos, vamos… ¡Siempre asustando con los mismos viejos cuentos! ¿Qué señales? Acaso no está el cielo tan calmo como un mar sin olas?
El firmamento observaba el cesar de los sollozos de las criaturas al verse reconfortadas al resguardo de un adulto, junto a la luz de las esbeltas llamas de la hoguera: -Pero entonces, ¿es verdad? -¿Eso pasará algún día?
Le observaban dos pares de pupilas temblorosas, más que suficiente para enternecer el corazón de un hombre bueno: -Lo que es verdad es que en todos mis días jamás vi nada parecido a eso.
Un trueno retumbó lejano y los pequeños volvieron a apretarse contra sus ropajes: -Sí, he visto grandes tormentas, y a veces los cielos rugen como una fiera hambrienta y el viento parece querer arrancar los árboles con sus raíces… Todo eso es cierto. De la misma manera que, al final, siempre sale el sol.
Algunas lágrimas empezaba a secarse escuchando atentas las palabras mientras las naricillas sorbían poco a poco el disgusto: -Ismael debe tener muy poco que hacer para perder el tiempo preocupando vuestra imaginación con tales historias.
-¡Pero él dice que pasó!- protestó uno de ellos con una mano aún aferrada a las bastas telas. -¡Y que volverá a pasar!- secundó el otro.
-Lo cierto es que nadie sabe con certeza lo que sucederá o no sucederá… pero- continuó antes de que se volvieran a desencadenar incipientes llantos -ni yo he visto con mis ojos nada de lo que cuentan esas historias… ni el propio Ismael tampoco. Son historias que se cuentan, sólo eso.
Desde una cierta distancia la madre observaba y escuchaba la escena, trasegando algunos utensilios donde apenas llegaba la luz del fuego, cerca de la penumbra: -¿Y por qué se cuentan?- inquirió el mayor. -Pues...a buen seguro… ¡para asustar a los niños como vosotros!- vociferó mientras elevaba el volandas a cada uno con un brazo, dando vueltas sobre sí mismo, despertando las risas de los pequeños.
Se dirigió con unas zancadas al lugar donde dormían los pequeños: -Pero no es momento para historias sino para descansar… os prometo que mañana volverá a salir el sol. ¡Y más temprano de lo que os gustaría!
Los arropó tras señalar con un leve contacto del índice sus pequeñas narices: -Así que a dormir. Y ya hablaré yo con Ismael… acerca de esos cuentos de viejos- fanfarroneó un poco. -No hay nada que temer, descansad.
A pocos pasos tras salir de la estancia se cruzó con la mirada de su esposa, que en seguida volvió a trajinar enseres: -Sabes que no es así- susurró. La mirada había sido severa, el tono era sólo serio. Preocupado.
Él volvió a tomar de nuevo asiento y avivó algo la lumbre, moviendo algunas brasas con un palo, meditabundo. -Quién sabe- acertó a responder finalmente. Ella se detuvo en seco al escuchar sus palabras: -Sabes que no- gesticuló aún susurrando.
Él se llevó el índice a los labios ladeando la cabeza hacia el dormitorio de los pequeños. Al cabo del poco prosiguió con tono pausado: -Lo que sé es que mañana tendremos que encontrar las dos ovejas que se han perdido hoy si no queremos que se complique el invierno. Puede ser largo.
Ella acabó de acomodar algunos objetos en una precaria estantería de la mala gana. Se quedó un momento en pie mirándolo remover las brasas y finalmente tomó asiento junto a él: -Cuando suceda, no estarán preparados. -Son demasiado jóvenes aún para llenarles la cabeza con esas preocupaciones. Y tenemos otras mucho más inmediatas- la rodeó con un brazo mientras se calentaban junto al fuego. Con el otro seguía moviendo algunos troncos y ramas.
-No sabemos cuánto nos tendrán. Y no estarán preparados- un ademán de sollozo se le escapaba en la voz, como un nudo en la garganta. Él contemplaba el hipnótico danzar de las llamas, otro trueno resonó lejano. Después el resplandor del relámpago y el tono se tornó mucho más grave:
-Nadie podría prepararles para eso.