LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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No mires hacia arriba

No mires hacia arriba

Es lo que me ha venido a la cabeza al ver la siguiente imagen. ¿Y a ti?

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Los que están contra el derecho a heredar

Los que están en contra de la riqueza hereditaria no sólo demuestran que son unos inútiles incapaces de crear nada para sus hijos, sino que declaran también, supongo que involuntariamente, que sus padres también lo eran.

Otto Ohlendorf. (Entrevistado por Joe Heydecker)

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Fragmento de un artículo reproducido por el diario alemán Leipziger Stadtzeiger

"El deseo de captar los reflejos evanescentes no solamente es imposible como se ha demostrado por las investigaciones alemanas realizadas, sino que el solo deseo de conseguirlo es ya una blasfemia. Dios creó al hombre a Su imagen y ninguna máquina construida por el hombre puede fijar la imagen de Dios. ¿Es posible que Dios hubiera abandonado Sus principios eternos y hubiese permitido a un francés de París, dar al mundo una invención del diablo..?"



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Cervantes nos odiaba a todos

«Los poetas, de acuerdo con su naturaleza, que es cabalmente una naturaleza de artistas, es decir, de hombres raros y excepcionales, no ensalzan siempre lo que merece ser ensalzado por todos los hombres, sino que prefieren lo que justo a ellos, en cuanto artistas, les parece bueno.

De igual modo, raras veces son afortunados sus ataques cuando cultivan la sátira. Cervantes habría podido combatir la Inquisición, mas prefirió poner en ridículo a las víctimas de aquélla, es decir, a los herejes e idealistas de toda especie.

Tras una vida llena de desventuras y contrariedades, todavía encontró gusto en lanzar un capital ataque literario contra una falsa dirección del gusto de los lectores españoles; combatió las novelas de caballería. Sin advertirlo, ese ataque se convirtió en sus manos en una ironizacion general de todas las aspiraciones superiores: hizo reír a España entera, incluidos todos los necios, y les hizo imaginar que ellos mismos eran sabios: es una realidad que ningún libro ha hecho reír tanto como el Don Quijote. Con semejante éxito, Cervantes forma parte de la decadencia de la cultura española, es una desgracia nacional.

Yo opino que Cervantes despreciaba a los hombres, sin excluirse a sí mismo; ¿o es que no hace otra cosa que divertirse cuando cuenta cómo se gastan bromas al enfermo en la corte del duque? Realmente, ¿no se habría reído incluso del hereje puesto sobre la hoguera? Más aún, ni siquiera le ahorra a su héroe aquel terrible cobrar conciencia de su estado al final de su vida: si no es crueldad, es frialdad, es dureza de corazón lo que le hizo escribir semejante escena final, es desprecio de los lectores, cuyas risas, como él sabía, no quedarían perturbadas por esta conclusión.»

Friedrich Nietzsche

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Eso es vivir...

Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio.

Me gustaban mis compañeros porque nunca me habían defraudado. Era gente sencilla, sin formación. Pero, a ratos, me dejaba boquiabierto lo extraordinarios que podrían llegar a ser. Y, en aquellos momentos, le daba las gracias a la Naturaleza por haberme hecho un ser humano.

Me gustaban los maravillosos amaneceres de primavera, cuando el sol retozaba como un chiquillo, derramando por el cielo colores y centelleos. Me gustaban los cachazudos ocasos de verano, cuando la tierra exhalaba chicharrina y el viento acariciaba con ternura los campos olorosos para refrescarlos.

Me gustaba también el otoño abigarrado, embelesador, cuando el oro y la púrpura caían de los árboles y tejían tapices floreados sobre las veredas, mientras unas neblinas canosas se columpiaban, colgadas del ramaje de los abetos.

Me gustaban también las gélidas noches de invierno, cuando el silencio convertía el aire en una masa pegajosa y la luna meditabunda adornaba la blancura de la nieve con diamantes.

Y vivíamos entre aquellos tesoros y aquellas maravillas, envueltos en colores y centelleos, como niños extraviados que de pronto despiertan en un cuento de hadas. Vivíamos y luchábamos, pero no por unos despojos de existencia, sino por la libertad de ir de un sitio a otro y trabar amistades… En nuestras cabezas bramaban los vendavales, en nuestros ojos jugueteaban los relámpagos, bailaban las nubes y se reían las estrellas. Salvas de carabinas nos daban la bienvenida y nos despedían, muchas veces anunciando una muerte que bailaba impotente a nuestro alrededor sin saber a quién raptar primero.

A menudo, el placer de vivir me dejaba sin aliento. De vez en cuando, los ojos se me empañaban sin que viniera a cuento. De vez en cuando, alguien soltaba una imprecación soez y, al mismo tiempo, me obsequiaba con una sonrisa infantil y me tendía una mano callosa y fiel.

Se pronunciaban pocas palabras. Pero eran palabras de verdad, que yo podía entender fácilmente a sabiendas de que no eran juramentos ni palabras de honor y, por tanto, podían darse por seguras…

Así los días estúpidos y las noches alocadas, que Alguien nos había regalado en recompensa de algo, galopaban entre serpenteos de colorines.

Y, por encima de todo aquello, por encima de nosotros, de la tierra y de las nubes, en la zona norte del cielo, corría el extraño Carro…, reinaba la magnífica, la única, la embrujada Osa Mayor.

El enamorado de la Osa Mayor. Sergiusz Piasecki

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Las cosas siempre se han hecho así...

«Un equipo de científicos colocó a cinco monos en una jaula y, en su interior, una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos. Cuando uno de los monos subía a la escalera para coger los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre el resto. Después de algún tiempo, cuando algún mono intentaba subir, los demás se lo impedían a palos. Al final, ninguno se atrevía a subir a pesar de la tentación de los plátanos. Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos.

Lo primero que hizo el nuevo fue subir por la escalera, pero los demás le hicieron bajar rápidamente y le pegaron. Después de algunos golpes, el nuevo integrante del grupo ya no volvió a subir por la escalera. Cambiaron otro mono y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo en la paliza al novato. Cambiaron un tercero y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fueron sustituidos.

Los científicos se quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos. Ninguno de ellos había recibido el baño de agua fría, pero continuaban golpeando a aquel que intentaba llegar a los plátanos. Si fuese posible preguntarle a alguno de ellos por qué pegaban a quien intentase subir a la escalera, seguramente la respuesta sería: “No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así”».

La verdad se equivoca. Santiago Pitarch.

El libro se puede descargar gratuitamente AQUI por cortesía del autor.

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Ya no se pueden leer las calles

Hubo un tiempo en el que yo me creía capaz de leer las calles de mi ciudad. Me creía capaz de escudriñar sus rampas y pasajes, sus depósitos humeantes, y hallar algún sentido a las cosas. Pero ahora ya no me creo capaz. O bien he perdido la capacidad, o tal vez las calles se estén volviendo más difíciles de leer. O ambas cosas. No puedo leer libros, que se supone son fáciles, fáciles de leer. Nada de extraño, entonces, que no pueda leer las calles, que, como todos sabemos, son difíciles y duras —revestidas de metal, reforzadas con macizo hormigón armado—. Y cada vez más difíciles, más duras. Analfabetas ellas mismas, las calles son ilegibles. Sencillamente, ya no se dejan leer.

Campos de Londres. Martin Amis

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Aquí es imposible que haya una guerra

PABLO: ¿Aquí?

LUIS: Sí, esto podría ser un buen campo de batalla. En aquel bosquecillo está emboscada la infantería. Por la explanada avanzan los tanques. Los tanques y la infantería son alemanes. Y allí, en aquella casa que están construyendo, se han parapetado los franceses.

PABLO: Aquello va a ser el Hospital Clínico.

LUIS: Ya, ya lo sé.

PABLO: También habría nidos de ametralladoras.

LUIS: Sí, aquí, donde estamos nosotros. Un nido de ametralladoras de los franceses. (Gatean hasta la elevación por la que se han dejado caer. Imitan las ametralladoras) Ta-ta-ta-ta…

PABLO: Ta-ta-ta-ta…

LUIS: Primero avanzan los tanques. Es para preparar el ataque de la infantería… Alguno vuela por los aires, despanzurrado… ¿No lo ves?

(PABLO le mira, sorprendido).

LUIS: Aquel de allí… Es porque todo este campo está minado por los franceses… ¡Dispara, dispara, Pablo, que ya sale la infantería del bosquecillo! ¡Ta-ta-ta! ¡Ta-ta-ta!

PABLO: (Que se ha quedado mirando fijamente a LUIS). ¡Pero bueno, tú estás chalado perdido!

LUIS: (Suspende su ardor combativo). Hombre, no vayas a pensar que todo esto me lo creo.

PABLO: Pues lo parece.

LUIS: No es eso. Lo que quería explicarte es que si leo una novela de guerra, pues lo veo todo… Y luego, si salgo al campo, lo vuelvo a ver. Aquí veo a los soldados de El tanque número 13 y de Sin novedad en el frente, que también la he leído. Y lo mismo me pasa con las del Oeste o las policíacas, no te creas…

(Por la expresión de PABLO se entiende que no tiene muy buena opinión del estado mental de su amigo).

LUIS: (Se ha quedado un momento en silencio, contemplando el campo). ¿Te imaginas que aquí hubiera una guerra de verdad?

PABLO: Pero ¿dónde te crees que estás? ¿En Abisinia? ¡Aquí qué va a haber una guerra!

LUIS: Bueno, pero se puede pensar.

PABLO: Aquí no puede haber guerra por muchas razones.

LUIS: ¿Por cuáles?

PABLO: Pues porque para una guerra hace falta mucho campo o el desierto, como en Abisinia, para hacer trincheras. Y aquí no se puede porque estamos en Madrid, en una ciudad. En las ciudades no puede haber batallas.

LUIS: Sí, es verdad.

PABLO: Y, además, está muy lejos la frontera. ¿Con quién podía España tener una guerra? ¿Con los franceses? ¿Con los portugueses? Pues fíjate, primero que lleguen hasta aquí, la guerra se ha acabado.

LUIS: Hombre, yo decía suponiendo que este sitio estuviera en otra parte, que no fuera la Ciudad Universitaria, ¿comprendes? Que estuviera, por ejemplo, cerca de los Pirineos.

PABLO: ¡Ah!, eso sí. Pero mientras este sitio esté aquí es imposible que haya una guerra.

LUIS: Sí, claro. Tienes razón.

Las bicicletas son para el verano -Fernando Fernán Gómez

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Caza de curdlos, Instrucciones para los extranjeros

Entre toda la caza mayor, el curdlo exige los valores más elevados del cazador, tanto personales como de su equipo. Puesto que este animal se ha adaptado, durante su evolución, a soportar los impactos de los meteoritos revistiéndose, a este fin, de una coraza imposible de perforar, los curdlos se cazan desde dentro.

Para la caza del curdlo son imprescindibles:

A) En la fase inicial: pasta de base, salsa de champiñones, perejil, sal y pimienta.

B) En la fase de caza propiamente dicha: una escobilla de paja de arroz, una bomba de relojería.

I. Preparativos en el puesto de espera.

La caza de curdlos es del tipo de espera. El cazador, habiéndose untado previamente con la pasta de base, se acurruca en un surco del estorgo, y una vez preparado así, los compañeros lo espolvorean con perejil picado y le echan sal y pimienta.

II. Cumplidos los preparativos, se espera a un curdlo. Cuando la fiera se acerque se debe, conservando la sangre fría, coger con ambas manos la bomba de relojería que se tenía entre las rodillas. Si el curdlo está hambriento, suele tragar en seguida. Si el curdlo no quiere comer, se le puede incitar palmeteándole ligeramente la lengua. Si se prevé un fracaso, hay quien aconseja ponerse más sal encima; sin embargo, es un paso arriesgado, ya que el curdlo puede estornudar. No existen muchos cazadores que hayan sobrevivido al estornudo de un curdlo.

III. El curdlo, una vez ha tragado, se relame y se aleja. El cazador tragado, procede inmediatamente a la fase activa, o sea, se quita el perejil y las especias con la ayuda de la escobilla, para que la pasta desarrolle libremente su acción purgativa; a continuación regula la bomba de reloj y se marcha con la mayor rapidez posible en la dirección opuesta a la de su entrada.

IV. Al abandonar al curdlo, cuidar de caer sobre las manos y pies para no hacerse daño.

Nota. El empleo de especias picantes está prohibido. Se prohíbe igualmente presentar a los curdlos bombas de relojería reguladas y espolvoreadas con perejil. Quien proceda de dicha manera, será perseguido y penado por caza furtiva.

Stanislaw Lem, Diarios de las estrellas

Viaje decimocuarto

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La dura vida del parapsicólogo

Ser parapsicólogo es ser un incomprendido, aunque los avances recientes en el conocimiento del cerebro ofrecen nuevas esperanzas. Dean Radin, que ha dedicado una gran cantidad de tiempo a la investigación de los fenómenos psíquicos (telepatía, telequinesia), nos da una idea de cómo es una típica semana para él:

El lunes me acusan de blasfemia unos fundamentalistas que piensan que los fenómenos psíquicos amenazan su fe en la doctrina religiosa revelada. El martes me acusan de culto religioso unos militantes del ateísmo que piensan que los fenómenos psíquicos amenazan su fe en la sabiduría científica revelada. El miércoles me acosan unos esquizofrénicos paranoicos que insisten en que consiga que el FBI deje de controlarles la mente. El jueves solicito unas becas de investigación que me van a denegar porque los comisarios del tribunal que las concede desconocen la existencia de ninguna prueba legítima de los fenómenos psíquicos. El viernes recibo una montaña de correspondencia de alumnos que me piden copia de todo cuanto he escrito en mi vida. El sábado recibo llamadas de científicos que quieren colaborar en la investigación siempre que les garantice que nadie tendrá noticia de su secreto interés. El domingo descanso e intento pensar en alguna manera de conseguir que los esquizofrénicos paranoicos empiecen a dirigirse a los fundamentalistas en vez de venir a hablar conmigo.

La historia de los fantasmas. Roger Clarke

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Los mercenarios españoles (1965-1967)

Una vez ocupada la ciudad, el mayor Martínez de Velasco decidió dejar una dotación de tres españoles, Ramos, Fernández y el sargento Martín Lorenzo, con dos ametralladoras y cincuenta soldados nativos mientras él, con el grueso de las fuerzas mercenarias, regresaba a Niangara. Su estancia, hasta la llegada de nuevas tropas provenientes del 6° Comando, debería durar de unos quince a veinte días.

Pasaron una noche tranquila pero, al amanecer, los simbas atacaron. Ramos manejaba solo una ametralladora y la otra era servida por Fernández y Martín Lorenzo. Los tenían a unos cuarenta metros y las ametralladoras iban barriendo los cuerpos de los atacantes. Así describió el sargento madrileño el ataque:

...las ametralladoras cantaban sin cesar, yo veía caer a los simbas pero no retrocedían, chillaban "¡adelante, adelante!", pero pronto cundió el pánico entre ellos, pues nosotros sabíamos que teníamos que defender nuestras vidas como fuese, pues caer en manos de ellos significaba morir entre horribles tormentos: te sacaban los ojos, te cortaban las partes... en fin, antes de morir te hacían maldecir el día en que naciste, por eso nos defendimos como fieras. Cuando se retiraron, la explanada estaba cubierta de simbas muertos o malheridos.

Después del ataque, los españoles reconocieron el campo de batalla y los soldados nativos se dedicaron a saquear los cadáveres de los simbas caídos en combate quitándoles el dinero, los cigarrillos y las armas y municiones. Los tres españoles bebieron, comieron y buscaron además a tres nativas. Martín Lorenzo se decía a sí mismo que, puestos a morir, se iría al otro mundo harto de todo.

Los simbas lo volvieron a intentar y, sobre las siete de la tarde, iniciaron el ataque, esta vez con más orden. En primer lugar unos disparos de tanteo y a continuación el asalto en masa, pero se encontraron de nuevo con la barrera de muerte que formaban los disparos de las ametralladoras. Finalmente, se replegaron y no volvieron a intentarlo más.

Soldados sin bandera - Joaquín Mañes Postigo

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El hombre que se peleó consigo mismo, por Ulysses S. Grant

Bragg era un hombre notablemente inteligente y bien informado, tanto en lo profesional como en lo demás. También era particularmente recto. Empero, poseía un temperamento irascible y era de natural contestatario. Un hombre del más alto carácter moral y los hábitos más correctos, sin embargo en el viejo ejército acababa frecuentemente en algún problema. Como subordinado, siempre estaba atento para cazar a su oficial al mando abusando de sus prerrogativas; como comandante de guarnición era igualmente vigilante para detectar la más leve negligencia en los más triviales asuntos.

En el viejo ejército oí una anécdota muy característica de Bragg. En una ocasión, estando acuartelado en una guarnición con varias compañías bajo el mando de un oficial, él estaba al mando de una compañía, y a la vez ejercía de intendente. En aquel entonces era primer teniente, pero su capitán había sido apartado para otro menester. Como comandante de compañía hizo una solicitud al intendente (él mismo) de algo que quería. Como intendente, rechazó la solicitud y anejó en el dorso las razones. Como comandante de compañía respondió alegando que su solicitud no pedía sino lo que le correspondía, y que era el deber del intendente cumplirla. Como intendente, siguió insistiendo en que tenía razón. Con el negocio en estas condiciones, Bragg remitió el asunto al comandante de la guarnición. Éste, cuando vio la naturaleza del asunto que se le remitía, exclamó: "¡Por Dios, señor Bragg! ¡Se ha peleado usted con todos los oficiales del ejército, y ahora se pelea consigo mismo!"

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Esas cosillas de los europeos

Con todo, el hecho de que Letonia se presente o se considere una especie de virgen democrática (y, por tanto, rusófoba) no deja de ser desconcertante. Es cierto que un nacionalismo intrínseco permitió a las repúblicas bálticas librarse de la dominación rusa tras la Primera Guerra Mundial. Pero Estonia y Letonia (esta última se correspondía aproximadamente, en la época zarista, con Livonia, que también incluía una parte de la actual Estonia) destacaron por su apoyo al bolchevismo, muy superior a la media rusa. En las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1917, la media de los bolcheviques en el conjunto del antiguo Imperio zarista fue del 24% de los votos[1]. ¡En Estonia, obtuvieron el 40% y en Livonia, el 72%! También debemos recordar a la Guardia letona, mimada por Lenin y que desempeñó un papel tan importante durante la Revolución rusa como fuerza encargada de mantener el orden. Una encuesta realizada en 1918 entre los primeros miembros de la Cheka, la policía política bolchevique, precursora del KGB, luego FSB, revela la afinidad de los letones con el comunismo. De una muestra de 894 individuos (los escalafones superiores de la jerarquía), sólo 361 eran rusos y 124 letones, 18 lituanos, 12 estonios, 21 ucranianos, 102 polacos y 116 judíos[2]. La sobrerrepresentación de minorías en una institución revolucionaria es de por sí normal, pero ese 13,8% de letones, que no representaban más del 2% de la población en el Imperio ruso, no está nada mal. Desde un punto de vista antropológico, no hay sorpresas: la estructura familiar tradicional de los Estados bálticos, en particular Estonia y Letonia, era comunitaria de tipo ruso, productora espontánea de autoritarismo e igualitarismo, así pues, de comunismo. Este fondo antropológico báltico se integró en la OTAN y en la Unión Europea en 2004.

Volvamos a las antiguas democracias populares, Hungría al margen. Hay un contraste sorprendente entre, por un lado, su resentimiento hacia Rusia y, por otro, la forma en que perdonaron a Alemania, a pesar de que había arrasado la región durante la Segunda Guerra Mundial y de que la Wehrmacht tuvo un comportamiento más despiadado que el Ejército Rojo. El entusiasmo con que los checos vendieron Skoda a Volkswagen en lugar de a Renault fue asombroso. Dada la importancia de la industria automovilística, se eligió entrar en la misma esfera germánica de la que tanto le había costado salir a Bohemia. De hecho, que países que a menudo fueron mártires del nazismo tomaran decisiones de este tipo plantea un verdadero interrogante al historiador. En momentos de abatimiento y mal humor, a veces me pregunto si, en ciertas naciones de Europa del Este, no hay un reconocimiento más o menos consciente hacia Alemania por haberlos librado de su «problema judío».

La derrota de Occidente. Emmanuel Todd.

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Depresivos

El sistema neoliberal no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo.

Psicopolítica. Byung Chul Han

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Bola de sebo

La Guardia Nacional, que desde dos meses atrás practicaba con gran lujo de precauciones prudentes reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a sus propios centinelas y aprestándose al combate cuando un conejo hacía crujir la hojarasca, se retiró a sus hogares. Las armas, los uniformes, todos los mortíferos arreos que hasta entonces derramaron el terror sobre las carreteras nacionales, entre leguas a la redonda, desaparecieron de repente. 

Los últimos soldados franceses acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer por Saint-Severt y Bourg-Achard, y su general iba tras ellos entre dos de sus ayudantes, a pie, desalentado porque no podía intentar nada con jirones de un ejército deshecho y enloquecido por el terrible desastre de un pueblo acostumbrado a vencer y al presente vencido, sin gloria ni desquite, a pesar de su bravura legendaria.

 Una calma profunda, una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la población. Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio, esperaban ansiosamente a los invasores, con el temor de que juzgasen armas de combate un asador y un cuchillo de cocina.

 La vida se paralizó, se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde en tarde un transeúnte, acobardado por aquel mortal silencio,al deslizarse rápidamente, rozaba el revoco de las fachadas.

 La zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor.

"Bola de sebo" de Guy de Maupassant.

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Una confesión

Al hablar de lo poco que valemos he hecho un severo examen de conciencia; me he preguntado si no me sumé de forma calculada a la inanidad de los tiempos presentes, para ganarme el derecho a condenar a los demás; seguro como estaba in petto de que mi nombre figuraría en medio de todos esos seres grises. No: estoy convencido de que nos desvaneceremos todos; en primer lugar, porque no hay en nosotros nada que nos haga perdurables; en segundo lugar, porque el siglo en el que comenzamos o terminamos nuestros días tampoco tiene él con qué hacernos perdurables. Generaciones castradas, agotadas, desdeñosas, sin fe, abocadas a la nada que aman, no podrían dar la inmortalidad; carecen de toda capacidad para crear un prestigio; aunque pegarais vuestros oídos a su boca no oiríais nada: no sale sonido alguno del corazón de los muertos.

(Os dejo intentar adivinar el autor y el libro)

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La verdadera soledad

Toda la gente a la que odiaba se murió hace tiempo. Estoy solo en el mundo.

Los espejos venenosos. Milorad Pavic.

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La novedad...

Nuestro deseo de novedad es inagotable. Por eso el capitalismo es un éxito y la monogamia no.

Wellness. Nathan Hill

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Platero y yo

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

-Tien' asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Juan Ramón Jiménez

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Patriotismo (Yukio Mishima)

El teniente yacía, boca abajo, en un mar de sangre. La punta de la espada, que sobresalía de su nuca, parecía haberse hecho más prominente aun. Reiko anduvo negligentemente entre la sangre y se sentó al lado del cadáver de su marido. Lo observó atentamente. Tenía la mejilla apoyada en la alfombra, los ojos estaban muy abiertos, como si algo hubiera despertado su atención. Ella alzó la cabeza, la apoyó sobre su manga y, limpiándose la sangre de los labios, lo besó por ultima vez.

Luego tomó del armario una bata blanca y un cordón. Para evitar que su falda se desordenara, envolvió la manta alrededor de su cintura y la sujetó firmemente con el cordón.

Reiko se sentó muy cerca de Shinji. Extrajo la daga de su faja, examinó el brillo opaco de la hoja y la acercó a su lengua. El gusto del acero bruñido era ligeramente dulce.

Reiko no perdió tiempo. Pensó que el dolor que la había separado de su marido moribundo iba a formar ahora parte de su propia experiencia. Sólo vislumbró ante sí el gozo de penetrar en un reino que el amado Shinji ya había hecho suyo.

Había percibido algo inexplicable en la fisonomía agonizante de su marido. Algo nuevo. Le sería dado, pues, resolver el enigma.

Reiko sintió que, por fin, también podría participar de la verdadera y amarga dulzura del gran principio moral en que había creído el teniente.

Empujó entonces la punta de la daga contra la base de su garganta. La empujó fuertemente. La herida resultó poco profunda. Le ardía la cabeza y sus manos temblaban de forma incontrolable. Forzó la hoja hacia un costado y una sustancia caliente le anudó la boca. Todo se tiñó de rojo frente a sus ojos como el fluir de un río de sangre. Reunió todas sus fuerzas y hundió aun más profundamente la daga en su garganta.

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El origen de los rituales

También las ratas se vuelven supersticiosas.

La rata sabe que haciendo determinada cosa saldrá una bolita de comida de una máquina. Pero la rata hace un montón de cosas y no sabe cual de ellas, en concreto, es la que hace que salga la bolita de comida. Sólo una cosa es útil, pero la rata no sabe cual es y hace treinta cosas... Y como funciona, las sigue haciendo. Todas. En el mismo orden.

Walkaway. Cory Doctorow.

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Por la nieve

¿Cómo se abre camino en la nieve virgen? Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve. El hombre se marcha lejos, marcando su camino con irregulares hoyos negros. Se cansa, se acuesta en la nieve, enciende un pitillo, y el humo de la majorka[1] se extiende en una nube azulada sobre la nieve blanca y brillante. El hombre ya se ha marchado lejos, pero la nube sigue suspendida en el lugar en que se había detenido a descansar: el aire es casi inmóvil. Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre se marca sus propios puntos de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo por la nieve del mismo modo que un timonel dirige la barca por el río de un saliente a otro.

Tras el angosto e inseguro rastro trazado se mueven cinco o seis hombres pegados el uno al otro, hombro con hombro. Pisan junto a la huella, pero no en ella. Al llegar a un lugar señalado de antemano regresan, y de nuevo caminan de manera que se aplaste la virgen superficie nevada, el espacio aún no hollado por pie humano alguno.

El camino está abierto. Por él puede ir gente, convoyes de trineos, tractores.

Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino, lleno de hoyos por los cuales es más difícil avanzar que por la nieve virgen.

El trabajo más duro es para el primero, y cuando a este se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza. De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el más pequeño, el más débil, debe pisar un pedazo del manto nevado y no alguna otra huella.

Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino los lectores.

Relatos de Kolima. Varlam Shalamov

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Eutanasia y derecho a seguir viviendo

¿Quién tiene derecho a seguir viviendo, aun en el caso de depender completamente de los otros?

Todo el que sea útil, como mínimo, a sí mismo.

Konrad Lorenz.

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Ansiosos de ser verdugos

Soy el que soy: ¿cómo podría escaparme de mí mismo? Y, sin embargo, —¡estoy harto de mí! …»

En este terreno del autodesprecio, auténtico terreno cenagoso, crece toda mala hierba, toda planta venenosa, y todo ello muy pequeño, muy escondido, muy honesto, muy dulzón. Aquí pululan los gusanos de los sentimientos de venganza y rencor; aquí el aire apesta a cosas secretas e inconfesables; aquí se teje permanentemente la red de la más malévola conjura, — la conjura de los que sufren contra los bien constituidos y victoriosos, aquí el aspecto del victorioso es odiado.

¡Y cuánta falsedad e hipocresía para no reconocer que ese odio es odio! ¡Qué derroche de grandes palabras y actitudes afectadas, qué arte de la difamación justificada! Esas gentes mal constituidas: ¡qué noble elocuencia brota de sus labios! ¡Cuánta azucarada, viscosa, humilde entrega flota en sus ojos! ¿Qué quieren propiamente?

Representar al menos la justicia, el amor, la sabiduría, la superioridad —¡tal es la ambición de esos «ínfimos», de esos enfermos! ¡Y qué hábiles los vuelve esa ambición! Admiremos sobre todo la habilidad de falsificadores de moneda con que aquí se imita el cuño de la virtud, incluso el tintineo, el áureo sonido de la virtud. Ahora han arrendado la virtud en exclusiva para ellos, esos débiles y enfermos incurables, no hay duda: «sólo nosotros somos los buenos, los justos, dicen, sólo nosotros somos los homines bonae voluntatis [hombres de buena voluntad]».

Andan dando vueltas en medio de nosotros cual reproches vivientes, cual advertencias dirigidas a nosotros, —como si la buena constitución, la fortaleza, el orgullo, el sentimiento de poder fueran en sí ya cosas viciosas: cosas que haya que expiar alguna vez, expiar amargamente: ¡oh, cómo ellos mismos están en el fondo dispuestos a hacer expiar! ¡Qué ansiosos están de ser verdugos!

Genealogía de moral. Friedrich Nietzsche.

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La imposibilidad de regular

No hay manera de regular nada cuando hay un orden económico global pero no un orden político global.

La fe en la inteligencia artificial. Helga Nowotny.

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