LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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Preguntas de un obrero ante un libro

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?

En los libros figuran los nombres de los reyes.

¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?

Y Babilonia, destruida tantas veces,

¿quién la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas

de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?

La noche en que fue terminada la Muralla china,

¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande

está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?

¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,

¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,

la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban

pidiendo ayuda a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.

¿Él solo?

César venció a los galos.

¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?

Felipe II lloró al hundirse

su flota. ¿No lloró nadie más?

Federico II venció la Guerra de los Siete Años.

¿Quién la venció, además?

Una victoria en cada página.

¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?

Un gran hombre cada diez años.

¿Quién pagaba sus gastos?

Una pregunta para cada historia.

Bertolt Brecht: Preguntas de un obrero ante un libro

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¿Qué camino debo tomar?

-¿Qué camino debo tomar?, dijo Alicia.

-¿Adónde quieres ir? -respondió el gato.

-No lo sé.

-Entonces da igual el camino que tomes.

Charles Lutwidge Dodgson, seudónimo de Lewis Carroll. "Alicia en el país de las maravillas."

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Apetito inusual

Charles Domery (c. 1778) fue un soldado polaco conocido por tener un apetito inusual, que lo llevó a devorar gatos, ratas, además de que en una ocasión intentó comerse una extremidad humana. El dr. Cochrane, del Real Colegio de Médicos de Edimburgo, llevó a cabo un experimento para evaluar la capacidad de alimentación de Domery, así como su tolerancia a comidas inusuales.

La ansiedad con la que devora su carne de res, cuando su estómago no está lleno, se parece a la voracidad de un lobo hambriento que arranca la carne y la traga con glotonería canina. Para lubricar su garganta, cuando está seca, ingiere de tres bocados la grasa de las velas, y de uno solo se come también la mecha, la cual envuelve como si fuera una pelota, con cuerda y todo. Si no hay otra opción, es capaz de comer grandes cantidades de patatas o nabos crudos. Pero, en caso de haber alternativa, nunca probaría el pan o las legumbres.

Tarrare (c. 1772) fue un soldado francés que, de manera idéntica a Domery, presentaba cuadros voraces de hambre. Debido a que sus padres no le podían abastecer de todo el alimento que requería, dejó su casa siendo un adolescente. Viajó a París y se integró al Ejército Revolucionario. A diferencia del polaco, a Tarrare no le proporcionaban raciones suficientes para satisfacer su apetito, por lo que se veía en la necesidad de obtener cualquier alimento en el desagüe. Lo hospitalizaron y le realizaron pruebas tal como ocurriera con Domery. Durante el experimento consumió lo equivalente a quince comensales, además de devorar a gatos, serpientes, lagartijas y perros pequeños, todos ellos con vida.

es.wikipedia.org/wiki/Charles_Domery

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Caridad...

Caridad...Es el opio de los privilegiados.

Hormigueros de la sabana. Chinua Achebe

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Cambalache

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé

En el 506, y en el 2 000 también

Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos

Contentos y amargaos, valores y dublé

Pero que el siglo XX es un despliegue

De maldad insolente, ya no hay quién lo niegue

Vivimos revolcaos en un merengue

Y en el mismo lodo, todos manoseaos

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor

¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!

¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!

¡Lo mismo un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos , ni escalafón

Los inmorales nos han igualao

Si uno vive en la impostura

Y otro afana en su ambición

Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos

Caradura o polizón

Qué falta de respeto, qué atropello a la razón

Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón

Mezclao con Stavisky, van Don Bosco Y "La Mignón",

Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín

Igual que en la vidriera irrespetuosa

De los cambalaches se ha mezclao la vida

Y herida por un sable sin remaches

Ves llorar la Biblia junto a un calefón

Siglo veinte, cambalache, problemático y febril

El que no llora, no mama; y el que no afana, es un gil

Dale nomá', dale que va

Que allá en el horno nos vamo a encontrar

No pensés más, séntate a un lao

Que a nadie importa si naciste honrao

Si es lo mismo el que labura

Noche y día como un buey

Que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura

O está fuera de la ley

Enrique Santos Discepolo

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Cómo estafaron a Cenicienta

Al ascender a Cenicienta a princesa, el hada madrina la colocó más allá de su habilidad social.

El príncipe no tardó en cansarse de los modales de aldeana de la muchacha, y desgraciadamente para ella, no llegó de nuevo el hada madrina a aportarle todo el conocimiento social que necesitaba, y todos los trucos y pequeños mecanismos para desenvolverse en la corte, con lo que Cenicienta no tardó en caer en desgracia entre el la familia del Príncipe y el personal de la Corte.

Cuanto más criticaban a cenicienta, más infeliz era el Príncipe. El matrimonio estaba abocado al fracaso. 

Cenicienta hubiese sido feli casada con un guapo leñador, pero su hada madrina la estafó miserablemente.

Las fórmulas de Peter. Lawrence J. Peter

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No seas tú mismo

Si deseas tener conocimiento carnal con una quinceañera, no le pongas un dedo encima. Si odias a tu padre, está bien, pero no le atices con un bate de béisbol.

Acéptate, vale, pero joder... No seas tú mismo.

El hombre de los dados. Luke Reinhart

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Ese ridículo sentimiento

"Los celos no estallaron en nuestros jóvenes ardores. Ese ridículo sentimiento no es una prueba de amor: fruto tan sólo del orgullo y el egoísmo, se debe mucho más al temor de ver preferir un objeto distinto a nosotros que al de perder al que se adora". Marqués de Sade, Juliette

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La soledad como concepto anglosajón

La soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti.

Manual para mujeres de la limpieza. Lucía Berlín

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Lo que pasa en esas casitas

En este mismo momento, dentro de estas casas que parecen muertas, están naciendo canallas, delatores, criminales… porque millares de personas acobardadas para toda su vida están enseñando implacablemente a sus hijos a ser cobardes, y éstos harán lo mismo con los suyos, y así sucesivamente. 

Qué difícil es ser Dios. Arkadi y Boris Strugatski

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"Kafka en la orilla"

"Kafka en la orilla"



A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer.

Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo.

Imagínate una tormenta como esta. "

Haruki Murakami

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La poesía del Electrobardo de Trurl

 —¡Aprieta ahora!

    Clapaucio lo hizo. El Electrobardo tembló desde la base hasta la cumbre y empezó:

Ávido de mocina sucia, pangel panchurroso,

    Traga las mimositas…

    Aquí se interrumpió el poema: Trurl arrancó con rabia un cable, la máquina tuvo un estertor y se quedó muda. Clapaucio reía tanto que tuvo que sentarse en el suelo. Trurl seguía zarandeando los cables y manecillas, de repente hubo un chasquido, una sacudida, y la máquina pronunció en voz pausada y concreta:

Egoísmos, envidias —cosas de bastardo—.

    Lo verá el que quiere con Electrobardo

    Medirse: un enano. Pero, ¡oh, Clapaucio,

    Yo, grandioso poeta, pronto te desahucio!

    —¡Vaya! ¡No me digas! ¡Un epigrama! ¡Muy oportuno! —exclamaba Trurl, girando sobre sí mismo cada vez más abajo, ya que estaba bajando a la carrera por una estrecha escalerita de caracol, hasta que, saltando afuera, casi chocó con su colega, que había cesado de reír, un tanto sorprendido.

    —Es malísimo —dijo enseguida Clapaucio—. Además, ¡no es él, sino tú!

    —Yo, ¿qué?

    —Lo has compuesto tú de antemano. Lo reconozco por el primitivismo, la malicia sin vigor y la pobreza de rimas.

    —¿Eso crees? ¡Muy bien! ¡Pídele otra cosa! ¡Lo que quieras! ¿Por qué no dices nada? ¿Tienes miedo?

    —No tengo ningún miedo. Estoy pensando —contestó Clapaucio, nervioso, esforzándose en encontrar un tema de lo más difícil, ya que suponía, no sin razón, que la discusión acerca de la perfección —o los defectos— del poema compuesto por la máquina sería ardua de zanjar.

    —¡Que haga un poema sobre la ciberótica! —dijo de pronto, sonriendo—. Quiero que tenga máximo seis versículos y que se hable en ellos del amor y de la traición, de la música, de altas esferas, de los desengaños, del incesto, todo en rimas, ¡y que todas las palabras empiecen por la letra C!

    —¿Por qué no pides de paso que incluya también toda la teoría general de la automática infinita? —chilló Trurl, fuera de sí—. ¡No se puede poner condiciones tan creti…!

    La frase quedó sin terminar, porque ya vibraba en la nave el suave barítono:

Ciberotómano Cassio, cruel, cínico,

    Cuando condesa Clara cortaba claveles,

    Clamó: «¡En mi corazón candente cántico

    El cupido te canta a cien centíbeles!»

    Cándida, le creía… Cassio casquivano

    Camela a la cuñada de cogote cano.

    —¿Qué… qué te parece? —Trurl le miraba con los brazos en jarras, pero Clapaucio ya estaba gritando:

    —¡Ahora con la G! Un cuarteto sobre un ser que era al mismo tiempo una máquina pensante e irreflexiva, violenta y cruel, que tenía dieciséis concubinas, alas, cuatro cofres pintados y en cada uno mil monedas de oro con el perfil del emperador Murdebrod, dos palacios, y que llenaba su vida con asesinatos y…

Golestano garboso gastaba gonela…

    …empezó a recitar la máquina, pero Trurl saltó hacia la consola, pulsó el interruptor y, protegiéndolo con su cuerpo, dijo con voz ahogada:

    —¡Se acabaron las bromas tontas! ¡No permitiré que se malogre un gran talento! ¡O encargas poemas decentes, o se levanta la sesión!

    —¿Qué pasa? ¿No son versos decentes?… —quiso discutir Clapaucio.

    —¡No! ¡Son unos rompecabezas, unos trabalenguas! ¡No he construido la máquina para que resolviera crucigramas idiotas! ¡Lo que tú le pides son malabarismos, y no el Gran Arte! Dale un tema serio, aunque sea difícil.

    Clapaucio pensó, pensó mucho, hasta que de pronto frunció el ceño y dijo:

    —De acuerdo. Que hable del amor y de la muerte, pero expresándose en términos de matemáticas superiores, sobre todo los del álgebra de tensores. Puede entrar también la topología superior y el análisis. Que el poema sea fuerte en erótica, incluso atrevido, y que todo pase en las esferas cibernéticas.

    —Estás loco. ¿Sobre el amor en el lenguaje matemático? No, verdaderamente, deberías cuidarte —dijo Trurl, pero se calló enseguida: el Electrobardo se puso a recitar:

Un ciberneta joven potencias extremas

    Estudiaba, y grupos unimodulares

    De Ciberias, en largas tardes estivales,

    Sin vivir del Amor grandes teoremas.

    ¡Huye…! ¡Huye, Laplace que llenas mis días!

    ¡Tus versares, vectores que sorben mis noches!

    ¡A mí, contraimagen! Los dulces reproches

    Oír de mi amante, oh, alma, querías.

    Yo temblores, estigmas, leyes simbólicas

    Mutaré en contactos y rayos hertzianos,

    Todos tan cascadantes, tan archirollanos

    Que serán nuestras vidas libres y únicas.

    ¡Oh, clases transfinitas! ¡Oh, quanta potentes!

    ¡Continuum infinito! ¡Presistema blanco!

    Olvido a Christoffel, a Stokes arranco

    De mi ser. Sólo quiero tus suaves mordientes.

    De escalas plurales abismal esfera,

    ¡Enseña al esclavo de Cuerpos primarios

    Contada en gradientes de soles terciarios

    Oh, Ciberias altiva, bimodal entera!

    Desconoce deleites quien, a esta hora,

    En el espacio de Weyl y en el estudio

    Topológico de Brouwer no ve el preludio

    Al análisis de curvas que Moebius ignora,

    ¡Tú, de los sentimientos caso comitante!

    Cuánto debe amarte, tan sólo lo siente

    Quien con los parámetros alienta su mente

    Y en nanosegundos sufre, delirante.

    Como al punto, base de la holometría,

    Quitan coordenadas asíntotas cero,

    Así al ciberneta, último, postrero

    Soplo de vida quita del amor porfía.

Fragmento del capítulo "Expedición primera A, o el electrobardo de Trurl" de Ciberíada ( 1965)

Stanislaw Lem

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Telipinu o de la solidaridad (fragmento)

Contexto adicional a El Edicto de Telipinu, rey de los Hititas. Es un fragmento de "Telipinu, o de la solidaridad" un artículo del grandísimo Mario Liverani dentro de su libro "Mito y política en la historiografía del Próximo Oriente Antiguo".

[...]

LOS ACTOS SANGRIENTOS

La promulgación del Edicto vino precedida e inspirada por la protesta de una delegación de «hombres de los dioses» que se presentaron ante el rey para decirle:

Mira, la sangre está por doquier en Hattusha (A ii 33)

El rey convocó inmediatamente al tribunal o Asamblea (tuliya) (ver *¹), explicó sus razones, preparó sus medidas y promulgó las «nuevas» reglas de sucesión al trono.

Este fue el contexto del Edicto, un contexto evidentemente difícil para el rey puesto que hacía muy poco que había sido entronizado tras diversos episodios criminales. La opinión pública, o al menos los miembros de la corte y los habitantes de la capital, cuestionaban a Telipinu. Como mínimo la gente estaba confusa, así que organizaron y formalizaron su malestar a través de una delegación de «hombres de los dioses», es decir, unas personas consideras apropiadas para la grave tarea de enfrentarse al rey²⁸.

Telipinu aprovechó su posición como juez. Contestó transformándose de acusado en acusador, de alguien acusado de un crimen en un ser moralizante. Comparó su caso con una secuencia de casos anteriores similares. Luego trató de desviar la ira de la opinión pública hacia los otros casos, presentándose no como el último de una secuencia negativa, sino como el primero de una nueva secuencia positiva. Es muy probable que Telipinu acabara por imponerse a la población en general o al menos a una parte de della (veremos que su discurso iba dirigido sobre todo al sector cuyo apoyo quería ganarse). Pero al mismo tiempo nos permitía, a los historiadores posteriores, atisbar sus crímenes, que conocemos sólo gracias al Edicto.

Veamos ahora los cargos que se le imputaban, aunque sólo fuera como insinuaciones y sospechas. En primer lugar, está la acusación de haber exiliado al rey Huzziya y a sus cinco hermanos despojándoles de su estatus regio; en segundo lugar el asesinato de Huzziya y sus hermanos; y por último la muerte de la reina Ishtapariya y del príncipe Ammuna. La responsabilidad de Telipinu en estos hechos se insinúa en dos series de acontecimientos. Primero, parece claro que la opinión pública lo consideraba responsable. La delegación le acusó, obligando a Telipinu a defenderse mediante el Edicto. Menciona incluso los cargos y admite al menos una cierta connivencia. Segundo, resulta significativo que Telipinu incluya su propio caso en una secuencia de casos considerados claramente análogos, y al mismo tiempo admita sin problema la culpa de los reyes precedentes. En aquellos casos los reyes habían conocido una situación muy parecida a la que ahora se dirimía.

La defensa de Telipinu fue la siguiente: «es cierto, rebajé a Huzziya y le envié al exilio, pero tuve que hacerlo porque si no me habría asesinado. Por lo tanto, he llevado a cabo una "represalia preventiva" contra Huzziya, al haberlo sorprendido en el momento de cometer un crimen contra mí. Es más, se que Huzziya me habría matado, pero sólo le degradé, así que fui generoso»:

Que se vayan y se queden (allí), que coman y beban, que nadie les haga daño. Y repito: estos hombres me han lastimado, pero yo no los lastimaré (A ii 13-15, §23).²⁹

La acusación de haber conquistado el trono ilegalmente se transformó en un alarde de generosidad, benevolencia y tolerancia. Pero lo cierto es que con posterioridad Huzziya y sus hermanos fueron asesinados,³⁰ así que la defensa de Telipinu carecía de sentido para un observador imparcial.

La defensa de Telipinu contra los desarrollos posteriores fue que estaba ausente ocupado en la defensa de su país. No sabía lo que estaba pasando. La instigación y la ejecución debían atribuirse a otras personas. Aunque no pudo transformar la acusación en jactancia, al menos pudo alegar que no estuvo involucrado en los hechos. Pero parece evidente que sí hubo algún tipo de implicación. Cuando los auténticos ejecutores del crimen fueron acusados por el pankuš y condenados a muerte, Telipinu les concedió el perdón. Su complicidad era evidente, pero trató nuevamente de transformar la sospecha en alarde, y de nuevo en un alarde de generosidad, benevolencia y tolerancia. Renuente a matar aunque fuera para ejecutar legalmente a los culpables, ¿cómo podía sospecharse de la complicidad de Telipinu en un asesinato ilegal?³¹.

Telipinu se mostró muy evasivo respecto al tercer hecho, el asesinato de la reina y del príncipe. Quizás demasiado evasivo; ni siquiera admitió que fueran asesinados, sólo que «murieron» (A ii 32). Ahora bien, si su esposa e hijo hubieran sido asesinados por la facción rival, es evidente que no se habría mostrado tan evasivo. Al contrario, habría aprovechado la ocasión para protestar y acusar a su vez. O, si las muestres de la reina y del príncipe habían sido naturales, ¿cómo explicar la protesta de la delegación inmediatamente después de ese hecho? La sangre «está por doquier en Hattusha» no se refería ciertamente a unas muertes naturales. Es razonable suponer que a Telipinu no se le consideraba implicado en las muertes de Ishtapariya de Ammuna, la pareja clave para una posible transferencia del trono. Pero es probable que sus muertes ocurrieran de un modo tan sumamente misterioso (tal vez mediante métodos mágicos)³² que resultara imposible presentar acusaciones concretas. Así que Telipinu no tuvo que defenderse de esta acusación.

Estos son los argumentos que Telipinu utilizó para su defensa en relación con los episodios de los que se le hacía responsable. Pero desarrolló implícitamente otra línea de defensa más general, basándose en referencias similares. El asesinato de Huzziya por orden de su cuñado Telipinu tenía un paralelo en el asesinato de Mushili por orden de su cuñado Hantili. Los asesinatos de la reina Ishtapariya y de su hijo tenían un paralelo en los asesinatos anteriores de la reina Harapshili y de sus hijos. La pretendida «ignorancia» de Telipinu respecto al asesinato de Huzziya tenía como paralelo la «ignorancia» de Hantili del asesinato de Harapshili. La utilización de un ejecutor (Tanuwa) para asesinar a Huzziya también tenía paralelos en el pasado: más recientemente, el caso de los ejecutores Tahurwaili y Tarushhu, y antes Ilaliuma.

¿Por qué recordar estos episodios del pasado, sin duda no olvidados, que incluso podían haber provocado enemistades seculares? Parece que Telipinu pretendía sugerir, sin decirlo abiertamente, que aún en el caso de haber sido inculpado, sólo había hecho lo que otros muchos antes que él. Y si esos otros no habían sido inculpados, ¿porqué acusarle a él? Telipinu también sugería que si tantas personas habían actuado así había sido por motivos que trascendían lo personal. La causa debía buscarse en la organización institucional, no en las responsabilidades individuales. Por lo tanto había que cambiar las instituciones, no castigar al individuo. Por último, Telipinu venía a decir que, a diferencia de otros, él era bueno y generoso: «Yo perdono, yo no mato; yo no sabía, yo no estaba allí. Soy el menos culpable de todos, así que ¿por qué os ensañáis conmigo?». Para transmitir el significado de todo esto Telipinu se remitió a causas generales, sin afirmar nada de modo explícito. Al insertar su causa en una larga secuencia de casos parecidos, minimizó su responsabilidad y exageró la relevancia de las causas generales y los posibles remedios. Concretamente, consiguió neutralizar la indignación de la opinión pública, sin duda exacerbada a raíz del último crimen —es decir, su propio crimen— y desviarla contra sus predecesores, colocándose al lado de los acusadores y gritando más fuerte que nadie contra los fantasmas.

[...]

²⁸. El procedimiento de presentar un asunto al rey a través de una delegación era algo habitual en el mundo hitita: KUB XL 62 + XIII 9: I 1-12 (Schuler, 1959,: 446-449) y §55 de las Leyes hititas.

²⁹. La fraseología de la generosidad deriva del Testamento de Hattushili (i 30-38, iii 20-22= Sommer, 1938: 6-7, 12-13), y de Forrer, 1926: n.º 10 (Schuler, 1959: 444).

³⁰. La interpretación opuesta de Hardy (1941:210), aún sostenida por Pugliese Carratelli (1958-1959: 107-109) —una conspiración contra Telipinu en beneficio de Huzziya— se basa en una lectura incompleta y ha quedado hoy excluida. Cavaignac (1930: 9-14) ya clarificó el relevante pasaje e identificó el rol de los ejecutores.

³¹. El argumento implícito de Telipinu es idéntico al argumento explícito que utiliza Hattushili III en su carta al rey de Babilonia en KBo I 10, Rs. 14-23 (véase especialmente su frase final: «Mirad, la gente no habituada a ejecutar a un reo, ¿cómo podría asesinar a un mercader?»).

³². Esta hipótesis explicaría la presencia del último párrafo del Edicto (50), donde se formulan las normas contra el uso de la hechicería en la familia real.

Liverani, M. Mito y política en la historiografía del Próximo Oriente Antiguo: Telipinu, o de la solidaridad. Bellaterra arqueología. pp. 62-65

*¹: En el ámbito hitita la discusión sobre el carácter de las asambleas gira en torno a dos términos: panku- y tuliya-. Estos dos vocablos, que los estudiosos entienden en unos casos como sinónimos y en otros como relativos a colectivos distintos, aparecen en particular en los documentos paleohititas. No hay unanimidad ni sobre el carácter preciso de sus competencias más allá del campo judicial o, concretamente, sobre su capacidad para limitar o compartir el poder detentado por el rey. El término tuliya- es el empleado en el bilingüe hurro-hitita de la Liberación para designar el lugar de «reunión» de los ancianos de Ebla. (Bárbara E. Soláns Gracia, Poderes colectivos en la Siria del Bronce Final. Tesis Doctoral. pp. 139-140)

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No, Gracias

Qué quieres que haga? Buscar un protector, un amo tal vez?

Y como hiedra oscura, que sobre la pared medra sibilina y con adulación,

cambiar de camisa para obtener posición?

NO, GRACIAS.

Dedicar si viene al caso versos a los banqueros,

convertirme en payaso? Adular con vileza los cuernos de un cabestro

por temor a que me lance un gesto siniestro?

NO, GRACIAS.

Desayunar cada día un sapo? Tener el vientre panzón?

Un papo que me llegue a las rodillas con dolencias

pestilentes de tanto hacer reverencias?

NO, GRACIAS.

Adular el talento de los canelos, vivir atemorizado por infames libelos, y repertir sin tregua

“Señores, soy un loro, quiero ver mi nombre en letras de oro”?

NO, GRACIAS.

Sentir temor a los anatemas? Preferir las calumnias a los poemas, coleccionar medallas, urdir falacias?

NO, GRACIAS; NO, GRACIAS; NO GRACIAS...

Pero cantar... soñar.... reir, vivir,

estar solo, ser libre…

Tener el ojo avizor,

la voz que vibre.

Ponerme por sombrero el universo,

por un sí o un no batirme o hacer un verso.

Despreciar con valor la gloria y la fortuna,

viajar con la imaginación a la luna.

Sólo al que vale reconocer méritos,

no pagar jamás por favores pretéritos.

Renunciar para siempre a cadenas y protocolo,

Posiblemente… no volar muy alto,

pero solo.

Edmond Rostand - Cyrano de Bergerac

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El hombre más fácil de asustar

El hombre más fácil de asustar es, ciertamente, quien cree que todo ha acabado cuando se ha extinguido su fugaz apariencia. El que piensa que no hay mundo tras él: el hombre sin futuro, ni proyecto, ni hijos, que se considera nudo final de su hilo. Ese es el hombe terminal. El vanidoso supremo, que no considera que nada importante pueda hacerse tras su paso.

Los nuevos mercaderes de esclavos saben eso y en ello es en lo que se funda la importancia que para esa gente tienen las doctrinas materialistas.

Ernst Jünger. La Emboscadura

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Evolución de las especies y Cristianismo

Lo más devastador que la biología le hizo al cristianismo fue el descubrimiento de la evolución biológica. Ahora que sabemos que Adán y Eva nunca fueron personas reales, el mito central del cristianismo queda destruido. Si nunca hubo un Adán y Eva, nunca hubo un pecado original. Si nunca hubo un pecado original no hay necesidad de salvación. Si no hay necesidad de salvación no hay necesidad de un salvador. Y sostengo que eso pone a Jesús, histórico o no, en las filas de los desempleados. Creo que la evolución es la sentencia de muerte absoluta del cristianismo.

Frank Zindler

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"Razón." ("Yo, robot").

—Pero no temáis nada. En el plan de las cosas del Señor hay sitio para todo. Vosotros, los pobres humanos, tenéis vuestro lugar, y, si bien es humilde, seréis recompensados si lo ocupáis dignamente.

Se marchó con el aire de beatitud propio del Profeta del Señor y los dos seres humanos permanecieron solos, evitando mirarse.

—Vámonos a la cama, Mike, abandono —dijo Powell haciendo un esfuerzo

—Oye, Greg —dijo Donovan con voz ronca—, ¿no creerás que tiene razón en todo esto, verdad? Parece tan seguro de sí mismo que...

—No seas idiota —dijo Powell volviéndose rápido—. Ya te convencerás de que la Tierra existe cuando vengan los relevos la semana próxima y tengamos que regresar a escuchar el concierto.

—Entonces... ¡por la salud de Júpiter!, tenemos que hacer algo. —Casi lloraba—. No nos cree ni a nosotros, ni a los libros, ni a sus ojos.

—No —dijo Powell amargamente—. ¡Es un robot con razón, maldita sea, con sus propios postulados! Cree sólo en la razón, y esto tiene un inconveniente... —Su voz se desvaneció.

—¿Cuál es?

—Que por la fría razón y la lógica se puede probar cualquier cosa... si encuentras el postulado apropiado. Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos.

—Entonces veamos estos postulados en seguida. La tempestad es mañana.

—Aquí es donde falla todo —dijo Powell con un suspiro de desaliento—. Los postulados están establecidos por la suposición y reforzados por la fe. Nada en el Universo puede conmoverlos. Me voy a la cama.

—¡Oh, demonios! ¡No puedo dormir!

—Yo tampoco. Pero siempre puedo intentarlo... por cuestión de principio.

Doce horas después el sueño seguía siendo esto, una cuestión de principio... inalcanzable, en la práctica.

Isaac Asimov, "Yo, robot" (1950). Relato corto titulado: "Razón".

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Caligrafía...

A veces sentimos que nuestra vida es como nuestra letra: ni nos gusta, ni la entendemos.

Gato encerrado. Andrés Trapiello.

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Artículo 428 del Código Penal franquista. 1945. "Asesinatos por honor"-"Venganza de Sangre"

El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con pena de destierro.

Si les produjere lesiones de otra clase, quedará, exento de pena.

Estas reglas son aplicables, en análogas circunstancias, a los padres respecto de sus hijas menores de veintitrés años y sus corruptores, mientras aquéllas vivieren en la casa paterna.

El beneficio de este artículo no aprovecha a los que hubieren promovido, facilitado o consentido la prostitución de sus mujeres o hijas.

Fuente: www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1945/013/A00427-00472.pdf

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La idiotez en grupo

Si dices idioteces eres un idiota, pero si formas parte de un grupo de veinte idiotas que constituyen una academia, entonces recibes la aprobación de tus pares, publicas, y creas un departamento universitario.

Jugarse la piel. Nassim Taleb

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“El elogio de la sombra”, de Junichiro Tanizaki,1933

En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio. A lo occidental que lo ve le sorprende esa desnudez y cree estar tan sólo ante unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación totalmente legítima desde su punto de vista, pero que demuestra que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra.

Pero nosotros, no contentos con ello, proyectamos un amplio alero en el exterior de esas estancias donde los rayos de sol entran ya con mucha dificultad, construimos una galería cubierta para alejar aún más la luz solar. Y, por último, en el interior de la habitación, los shòji no dejan entrar más que un reflejo tamizado de la luz que proyecta el jardín.

Ahora bien, precisamente esa luz indirecta y difusa es el elemento esencial de la belleza de nuestras residencias. Y para que esta luz gastada, atenuada, precaria, impregne totalmente las paredes de la vivienda, pintamos a propósito con colores neutros esas paredes enlucidas. Aunque se utilizan pinturas brillantes para las cámaras de seguridad, las cocinas o los pasillos, las paredes de las habitaciones casi siempre se enlucen y muy pocas veces son brillantes. Porque si brillaran se desvanecerían todo elencanto sutil y discreto de esa escasa luz.

A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apneas un último resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más bien esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás

Fuente

 Junichiro Tanizaki

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Groucho y yo

Mi papi era sastre y de vez en cuando hasta ganaba dieciocho dólares a la semana. Con todo, no era un sastre normal. El récord que estableció de ser el sastre más inepto que jamás produjo Yorkville no ha sido nunca superado. En este terreno podrían incluirse también algunas zonas de Brooklyn y del mismo Bronx.

La idea de que papi era un sastre constituía una opinión que únicamente era defendida por él. Sus clientes lo conocían como «el mal entallado Sam». Era el único sastre de quien he oído decir que rechazara emplear la cinta métrica. Él sostenía que una cinta métrica podía estar muy bien para un enterrador, pero no para un sastre que tuviera el ojo infalible de un águila. Insistía en que una cinta métrica era una simple muestra de vacilación y un absurdo completo, añadiendo que si un sastre tenía que medir a un hombre nunca podría ser un sastre de primera categoría. Mi papi alardeaba de que él podía sacar las medidas de un hombre con sólo mirarlo y hacerle un traje perfecto. Los resultados de sus apreciaciones eran tan precisos como las predicciones de Chamberlain acerca de Hitler.

Todos nuestros vecinos eran clientes de papi. Era fácil reconocerlos por la calle, ya que todos andaban con una pierna del pantalón más corta que la otra, una manga más larga que la otra o el cuello del abrigo sin decidirse por qué lado asentarse. El resultado inevitable era que mi padre nunca tenía dos veces al mismo cliente. Esto significaba que tenía que estar constantemente a la búsqueda de un nuevo negocio y, a medida que nuestro vecindario se iba poblando de gente vestida con trajes mal entallados, tenía que buscar sectores donde no lo hubiera precedido su reputación. Recorrió diversos sitios a lo largo y a lo ancho: trabajó en Hoboken, en Passaic, en Nyack e incluso más lejos. Cuando aumentaba su reputación, se veía obligado a alejarse más y más de su base hogareña a fin de cazar nuevas víctimas. Muchas semanas sus gastos de locomoción eran mayores que sus ingresos. Además, sus callos y juanetes, atendidos por uno de mis tíos favoritos, el talentudo doctor Krinkler, eran mayores que ambas cosas.

Cómo se las arreglaba mi madre constituye un misterio que supera cualquier explicación. Alexander Hamilton puede haber sido el mejor secretario de la tesorería, pero me habría gustado verle desempeñando el trabajo de mi madre con la misma habilidad con que ella lo desempeñaba.

Groucho Marx, "Groucho y yo."

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Doctor en Alaska: Chris Stevens y Cien años de soledad

«En ese estado de lucidez alucinada, no solo vieron las imágenes de sus sueños, algunos vieron las imágenes soñadas por otros. Eso es de Gabriel García Márquez. Cien Años de Soledad. Parece que hay precedentes de este intercambio de sueños. Quiero decir, ¿será así ahí fuera? ¿Quizás soñemos constantemente los sueños de otros? ¿No será que el mundo del subconsciente es realmente colectivo? ¿No son tus miedos mis miedos? ¿No son tus deseos mis deseos? ¿No bebemos todos de la misma copa humana?

Esto es lo que Carl Jung decía al respecto: «Toda conciencia separa, pero en los sueños tomamos la apariencia de un hombre más universal y verdadero y eterno que habita en la oscuridad de la noche primitiva. Allí él sigue siendo eterno y lo eterno está dentro de él, indistinto de la naturaleza y carente de todo ego. De estas profundidades que todo lo une emerge el sueño, sea infantil, grotesco o inmoral».»

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El primer loco

-Existe algo en el hombre de todas las edades, que no se educa ni ciñe por completo a las exigencias de la razón ni de la ciencia, así como suele sobreponerse también a todas las ignorancias y barbaries que han afligido y pueden afligir a la humanidad entera. Y este algo, es el exceso de sensibilidad y de sentimiento de que ciertos individuos se hallan dotados, y que busca su válvula de seguridad, sus ideales, su consuelo, no en lo convencional, sino en lo extraordinario, y hasta en lo imposible también. Ve, si no, a una madre de esas que han sido perfectamente educadas, y que puede decirse instruida, pero que es madre cariñosa al mismo tiempo; mírala a la cabecera de su hijo moribundo, sin esperanza de poder volverle a la vida. Acércate a ella en tan angustiosos momentos, aconséjale el mayor de los absurdos en el terreno de las supersticiones, asegurándole que si hace lo que se le ordena, su hijo recobrará la salud, y verás cómo cree en ti y se apresura a ejecutar exactamente lo que a sangre fría hubiera condenado y ridiculizado en otra cualquier mujer. Y si por casualidad su hijo volviese a la vida, aquella madre será supersticiosa en tanto exista, pese a su propia razón y a cuanto haya de más material y contrario a esa fe ciega, que así puede devolvernos la perdida tranquilidad como conducirnos por el camino de las mayores aberraciones.

Rosalía de Castro, “El primer loco.”

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La fe de los Mentirosos

—Dígame cuanto pueda, entonces.

—Con placer —dijo Lukyan Judasson—. Nosotros, los Mentirosos, como todas las demás religiones, poseemos varias verdades que aceptamos como dogmas de fe. La fe es siempre necesaria. Hay muchas cosas que no pueden probarse. Creemos que la vida vale la pena de ser vivida. Eso es un dogma de fe. El propósito de la vida es vivir, resistir a la muerte, quizás desafiar la entropía.

—Continúe —le dije, sintiéndome cada vez más interesado a pesar de mi mismo.

—También creemos que la felicidad es buena, algo que debe buscarse.

—La Iglesia no se opone a la felicidad —dije con frialdad.

—¿Está seguro? Pero no quiero discutir. Cualquiera que sea la posición de la Iglesia con respecto a la felicidad. Ella predica la creencia en la vida después de la muerte, en un ser superior, y un complejo código moral. —Es verdad.

—Los Mentirosos no creen en la vida después de la muerte, ni en Dios. Vemos el universo tal como es, Padre Damián, y estas verdades desnudas son muy crueles. Nosotros, que creemos en la vida y la apreciamos, estamos condenados a morir. Después no habrá nada, el vacío eterno, la oscuridad, la no existencia. En nuestra vida no hay propósito, ni poesía, ni sentido. Tampoco nuestras muertes poseen estas cualidades. Cuando nos hayamos ido, el universo no nos recordará, y será como si jamás hubiésemos existido. Nuestros mundos y nuestro universo tampoco durarán mucho. Tarde o temprano la entropía lo consumirá todo y nuestros míseros esfuerzos no pueden impedir ese horrible final. Habrá desaparecido. Nunca habrá existido. Ya no importará. El universo mismo está condenado a la transitoriedad y por cierto que no le importa para nada.

Me dejé caer hacia atrás en la silla, y sentí un escalofrío al escuchar las sombrías palabras del pobre Lukyan. Me encontré acariciando mi crucifijo. —Una helada filosofía —dije—, además de falsa. Yo también he tenido más de una vez esa terrible visión. Creo que a todos nos ha pasado alguna vez. Pero no es verdad, Padre. Mi fe me sostiene contra tal nihilismo. La fe es un escudo contra la desesperanza.

—Oh, ya lo sé, mi amigo, mi Caballero Inquisidor —dijo Lukyan—. Me alegra que lo comprenda tan bien. Ya casi es uno de nosotros.

Fruncí el ceño.

—Ha llegado al meollo del asunto —continuó Lukyan—. Las verdades, las grandes verdades —y la mayoría de las pequeñas también— son insoportables para la mayoría de los hombres. Hallamos nuestro escudo en la fe. Su fe, mi fe, cualquier fe. No importa, siempre que creamos, real y verdaderamente creamos en cualquier mentira a la que nos aferremos. —Se tironeó los bordes desiguales de su gran barba rubia—. Nuestros psicólogos han probado que los únicos seres felices son los creyentes, ya sabe. Pueden creer en Cristo, o en Buda, o en Erika Stormjones, en la reencarnación, la inmortalidad o la naturaleza, en el poder del amor o en la fuerza de determinada facción política, pero todo es lo mismo: creen; son felices. Los que han visto la verdad son los que desesperan y se matan. Las verdades son tan vastas, los credos tan pequeños, tan pobres, tan plagados de errores y contradicciones. Podemos ver con facilidad a través de ellos, y entonces sentimos el peso de la oscuridad, de la nada, y ya no podemos ser felices.

No soy un hombre lento. Para ese entonces, ya sabía hacia dónde se encaminaba Lukyan.

—Ustedes, los Mentirosos, inventan religiones.

Sonrió. —De todas clases. Y no sólo religiones. [...]

Fragmento de El camino de la cruz y el dragón de G.R.R. Martin (1979)

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menéame