LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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Por qué los romanos perseguían a los cristianos

Es de todos conocida la libertad religiosa característica del Imperio Romano. Mientras se pagasen los tributos y se respetasen las leyes, el Imperio no tenía inconveniente en que los pueblos conquistados siguiesen practicando libremente su religión. Buena prueba de ello es la convivencia de muy diferentes cultos en la capital, en Egipto, en las provincias orientales, o en la propia Palestina, donde los judíos seguían manteniendo su templo, sus sumos sacerdotes, etc.

Sin embargo, son también conocidas las persecuciones romanas contra los cristianos que tan inmenso número de mártires dejaron. Y como en Roma nada se hacía sin una ley que lo amparase, eso nos lleva a preguntarnos: ¿por qué se lanzaron persecuciones contra los cristianos y con que ley se sustentaban?

La causa principal, pues había varias, era la insistencia de los cristianos en decir que el suyo era el único Dios y que todos los demás eran falsos, ofendiendo así los sentimientos religiosos de los demás creyentes. Como los cristianos, además, no cesaban de predicar y de realizar rituales y conversiones públicas, que ofendían a otras confesiones, el Imperio decidió perseguirlos en base a la ley de libertad religiosa.

Son, fundamentalmente, el exclusivismo y el encendido proselitismo de los cristianos los que, al ofender al resto, desencadenan estas persecuciones.

Historia de la Iglesia Católica B.A.C.

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Naturaleza íntima de la burguesía

La burguesía no es una clase: es la parte del pueblo ya satisfecha.

El individuo que dice pertenecer a esta clase es el que tiene tiempo para sentarse, y una silla no es una clase social.

Los Miserables. Víctor Hugo.

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"Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder".

«Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. (…) En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo».

Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Byung-Chul Han

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Tocar una nota "errónea"

“If you hit a wrong note, it’s the next note that you play that determines if it’s good or bad.”

— Miles Davis

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Palabras atribuidas al actor Anthony Hopkins

Palabras atribuidas al actor Anthony Hopkins

Deja ir a la gente que no está lista para amarte.

Esto es lo más difícil que tendrás que hacer en tu vida y también será lo más importante.

Deja de tener conversaciones difíciles con personas que no quieren cambiar.

Deja de aparecer para las personas que no tienen interés en tu presencia.

Sé que tu instinto es hacer todo lo posible para ganar el aprecio de los que te rodean, pero es un impulso que roba tu tiempo, energía, salud mental y física.

Cuando empiezas a luchar por una vida con alegría, interés y compromiso, no todo el mundo estará listo para seguirte a ese lugar.

Eso no significa que tengas que cambiar lo que eres, significa que debes dejar ir a las personas que no están listas para acompañarte.

Si eres excluido, insultado, olvidado o ignorado por las personas a las que les regalas tu tiempo, no te haces un favor al seguir ofreciéndoles tu energía y tu vida.

La verdad es que no eres para todo el mundo y no todos son para ti.

Esto es lo que hace tan especial cuando encuentras a personas con las que tienes amistad o amor correspondido.

Sabrás lo precioso que es porque has experimentado lo que no lo es.

Hay miles de millones de personas en este planeta y muchas de ellas las vas a encontrar a tu nivel de interés y compromiso.

Tal vez si dejas de aparecer, no te busquen.

Tal vez si dejas de intentarlo, la relación termine.

Tal vez si dejas de enviar mensajes, tu teléfono permanecerá oscuro durante semanas.

Eso no significa que arruinaste la relación, significa que lo único que la sostenía era la energía que solo tú dabas para mantenerla.

Eso no es amor, es apego.

Es dar una oportunidad a quien no lo merece!

Tú mereces mucho más.

Lo más valioso que tienes en tu vida es tu tiempo y energía, ya que ambos son limitados.

A las personas y cosas que le des tu tiempo y energía, definirá tu existencia.

Cuando te das cuenta de esto empiezas a entender por qué estás tan ansioso cuando pasas tiempo con personas, actividades o espacios que no te convienen y no deben estar cerca de ti.

Empezarás a darte cuenta que lo más importante que puedes hacer por ti mismo y por todos los que te rodean, es proteger tu energía más ferozmente que cualquier otra cosa.

Haz de tu vida un refugio seguro, en el que solo se permiten personas “compatibles” contigo.

No eres responsable de salvar a nadie.

No eres responsable de convencerles de mejorar.

No es tu trabajo existir para la gente y darles tu vida!

Te mereces amistades reales, compromisos verdaderos y un amor completo con personas saludables y prósperas.

La decisión de tomar distancia con personas nocivas, te dará el amor, la estima, la felicidad y la protección que te mereces.

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Las personas vistas como videojuegos

—¿Tu filosofía se deriva de los videojuegos? —preguntó Samuel.

—Creo que también funciona en la vida real. Cualquier problema con el que te topes, ya sea en un videojuego o en la vida, encaja con una de estas cuatro cosas: un enemigo, un obstáculo, un rompecabezas o una trampa. Eso es todo. Cualquier persona que te encuentres en la vida real es una de esas cuatro cosas.

—Vale.

—O sea, que sólo tienes que averiguar a qué tipo de desafío te enfrentas.

—¿Y eso cómo se hace?

—Depende. Pongamos por caso que se trata de un enemigo. La única forma de derrotar a un enemigo es matándolo. ¿Matar a tu madre resolvería tu problema?

—En absoluto.

—Pues entonces no es un enemigo. ¡Qué bien! ¿Y si es un obstáculo? Los obstáculos son cosas que tienes que sortear. ¿Evitar a tu madre resolvería tu problema?

—No, porque tiene una cosa que necesito.

—¿Y qué es esa cosa?

—La historia de su vida. Necesito saber qué le ocurrió en el pasado.

—Vale. ¿Y no hay otra forma de conseguirla?

—No creo.

—¿No hay documentos históricos? —preguntó Pwnage—. ¿No tienes familiares a quienes puedas entrevistar? Porque los escritores investigan, ¿no?

—Bueno, mi abuelo materno todavía vive.

—Pues ahí lo tienes.

—Hace años que no hablo con él. Está en una residencia para ancianos, en Iowa.

—Ajá —dijo Pwnage mientras rebañaba los restos de salsa de los nachos con una cuchara.

—Entonces tu consejo es que vaya a hablar con mi abuelo —dijo Samuel—. Que vaya a Iowa y le pregunte por mi madre.

—Sí. Averigua su historia. Junta todas las piezas. Es la única forma que tienes de resolver tu problema, si es que en verdad se trata de un problema tipo obstáculo y no de un rompecabezas o una trampa.

—¿Y cómo se reconoce la diferencia?

—Al principio es imposible. —Dejó la cuchara. Se había terminado casi todos los nachos. Untó un dedo en una gota de queso y se lo lamió—. Pero debes andarte con ojo y distinguir entre las personas que son rompecabezas y las que son trampas. Porque los rompecabezas pueden resolverse, pero las trampas no. Y crees que alguien es un rompecabezas hasta que te das cuenta de que es una trampa. Pero entonces ya es demasiado tarde. En eso consiste la trampa.

El Nix. Nathan Hill.

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Soy el que más te ha querido...

Me lo dijeron ayer

las lenguas de doble filo,

que te casaste hace un mes...

Y me quedé tan tranquilo.

Otro cualquiera, en mi caso,

se hubiera echado a llorar;

yo, cruzándome de brazos,

dije que me daba igual.

Nada de pegarme un tiro,

ni enredarme a maldiciones,

ni de apedrear con suspiros

los vidrios de tus balcones.

¿Te has casado? ¡Buena suerte!

Vive cien años contenta

y que a la hora de la muerte

Dios no te lo tenga en cuenta.

Que si al pie de los altares

mi nombre se te borró,

por la gloria de mi madre

que no te guardo rencor.

Porque sin ser tu marido

ni tu novio, ni tu amante,

soy quien más te ha querido:

¡con eso tengo bastante!

La Profecía. Rafael de León.

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Divertirse hasta morir

Al iniciar Sócrates su defensa, dirigiéndose a un jurado integrado por quinientas personas, pide disculpas por no haber preparado debidamente su discurso. Les dice a sus hermanos atenienses que seguramente titubeará, pero pide que no lo interrumpan por ello y ruega que lo consideren como si fuera un extraño proveniente de otra ciudad, y promete que les dirá la verdad, sin adornos ni elocuencia. Comenzar de esta forma era, obviamente, característico de Sócrates, pero no era una característica de la época en la que vivía. En efecto, y Sócrates lo sabía bien, sus hermanos atenienses no consideraban que los principios de la retórica y la expresión de la verdad fueran independientes los unos de los otros. La gente como nosotros se siente muy atraída por la disculpa de Sócrates porque estamos acostumbrados a pensar en la retórica como un adorno del discurso —con frecuencia pretencioso, superficial e innecesario—. Pero, para la gente que la inventó, los sofistas del siglo V a. de C. y sus herederos, la retórica no era sólo una oportunidad para actuar dramáticamente, sino un medio casi indispensable para organizar la evidencia y las pruebas y, por lo tanto, de comunicar la verdad.

No era sólo un elemento clave en la educación de los atenienses (mucho más importante que la filosofía) sino una forma artística preeminente. Para los griegos, la retórica era una forma de escritura hablada. Si bien siempre implicaba una actuación oral, su poder para revelar la verdad residía en el poder de la palabra escrita para exponer argumentos en una progresión ordenada. Si bien Platón mismo cuestionó esta concepción de la verdad (como podemos adivinar por medio de la disculpa de Sócrates) sus contemporáneos creían que la retórica era el medio apropiado mediante el cual la «opinión correcta» podía descubrirse y articularse. Desdeñar las reglas de la retórica, expresar los pensamientos de cualquier manera sin el debido énfasis o la pasión apropiada, se consideraba agraviante para la inteligencia del auditorio y sugería una cierta falsedad. De ahí que podamos asumir que muchos de los doscientos ochenta jueces que emitieron un voto de culpabilidad contra Sócrates, lo hicieron porque su conducta no era coherente con la veracidad del caso según ellos lo entendían.

Lo que trato de demostrar con este ejemplo y los anteriores es que el concepto de verdad está ligado íntimamente a los prejuicios de las formas de expresión. La verdad no viene, y nunca ha venido, sin condicionamientos. Debe aparecer con una vestimenta adecuada, pues de lo contrario se puede ignorar, lo que equivale a decir que la «verdad» es una especie de prejuicio cultural.

Neil Postman, “Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del «show business»”

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Se suicidó la estatua del dictador

Se suicidó la estatua del dictador.

La estatua vivía en el centro del estanque.

Una noche de viento

la estatua se lanzó al agua.

La estatua del dictador

murió ahogada.

 

Sólo las gaviotas la echaron de menos.

 

Gloria Fuertes.

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Autistas

Cuentan que en una institución especializada en niños autistas, en Inglaterra, encontraron que una de las internas, de 14 años, estaba especialmente inquieta. Pensaron que podía ser cosa de la edad, o quizás hormonal, y la hormonaron. En otros tiempos le hubieran dado bromuro o una ducha fría. Algo hemos mejorado.

Seguía inquieta.

Tras muchos exámenes, le dieron ansiolíticos, y su situación mejoró ligeramente, pero no llegó a corregirse del todo.

El problema no llegó a solucionarse hasta que, varios meses después, alguien descubrió que tenía una piedra en uno de los zapatos que le ponían a diario.

Así funcionan las cosas.

Sedados. James Davies

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Los cainitas

"La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. En día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo".

Otto Von Bismarck

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Fragmento de un artículo reproducido por el diario alemán Leipziger Stadtzeiger

"El deseo de captar los reflejos evanescentes no solamente es imposible como se ha demostrado por las investigaciones alemanas realizadas, sino que el solo deseo de conseguirlo es ya una blasfemia. Dios creó al hombre a Su imagen y ninguna máquina construida por el hombre puede fijar la imagen de Dios. ¿Es posible que Dios hubiera abandonado Sus principios eternos y hubiese permitido a un francés de París, dar al mundo una invención del diablo..?"



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Carta de Ho Chi Min a Lyndon B. Johnson

15 de febrero de 1967

A su excelencia Lyndon B. Johnson

Presidente de los Estados Unidos de América

Excelencia:

Recibí su mensaje el día 10 de febrero de 1967. Esta es mi respuesta.

Vietnam se encuentra a miles de kilómetros de Estados Unidos. Los vietnamitas nunca han hecho ningún daño a Estados Unidos, pero Estados Unidos ha intervenido de forma continuada en Vietnam, en abierta contradicción con las promesas realizadas por su representante en la Conferencia de Ginebra de 1954, y ha intensificado la agresión militar contra Vietnam del Norte para prolongar la división de nuestro país y convertir a Vietnam del Sur en una colonia y en una base militar. Desde hace dos años, el gobierno de Estados Unidos mantiene una guerra contra la República Democrática de Vietnam, un país independiente y soberano, con el apoyo de sus fuerzas aéreas y navales.

El ejército de Estados Unidos ha cometido crímenes de guerra, crímenes contra la paz y contra la humanidad. En Vietnam del Sur, medio millón de soldados de Estados Unidos y de sus aliados utilizan el armamento más inhumano y las estrategias militares más bárbaras posibles. Usan napalm, armas químicas tóxicas y gas para masacrar a nuestros compatriotas, destruir las cosechas y arrasar pueblos enteros. Miles de aviones de Estados Unidos han arrojado cientos de miles de toneladas de bombas sobre Vietnam del Norte, destruyendo ciudades, pueblos, industrias y colegios.

En su mensaje parece lamentar el sufrimiento y la destrucción que sufre Vietnam. Permítame entonces que le pregunte quién ha cometido esos monstruosos delitos. Ha sido Estados Unidos, y sus aliados. El gobierno de Estados Unidos es el único responsable de la gravísima situación que se vive en Vietnam.

La agresión militar de Estados Unidos contra el pueblo de Vietnam constituye un desafío a todos los países, una amenaza para el movimiento de independencia nacional y un grave peligro para la paz en Asia y en el resto del mundo.

Los vietnamitas aman profundamente la independencia, la libertad y la paz. Pero se han levantado como un solo hombre ante la agresión de Estados Unidos, sin temor a los sacrificios ni a las penalidades. Están decididos a seguir resistiendo hasta conseguir la verdadera independencia, la libertad y la paz. Nuestra justa causa despierta el apoyo y un fuerte sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos de todo el mundo, incluidos muchos sectores de la sociedad estadounidense.

El gobierno de Estados Unidos ha desatado una guerra contra Vietnam y la agresión debe cesar. Es la única forma de restaurar la paz. El gobierno de Estados Unidos debe detener sus bombardeos y todos los demás actos de guerra contra la República Democrática de Vietnam, definitiva e incondicionalmente. Debe retirar de Vietnam del Sur a todas sus tropas, propias y aliadas; reconocer al Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur, y permitir que sean los ciudadanos vietnamitas quienes solucionen sus propios asuntos.

Esta es la base de los cinco puntos que mantiene el gobierno de la República Democrática de Vietnam, y que incluyen los principios esenciales de los Acuerdos de Ginebra de 1954 sobre Vietnam. Es la base de una solución política adecuada al problema de Vietnam.

En su mensaje sugería el establecimiento de conversaciones directas entre la República Democrática de Vietnam y Estados Unidos. Si el gobierno de Estados Unidos desea realmente dialogar, debe detener en primer lugar y de forma incondicional sus bombardeos y todos los demás actos de guerra contra la República Democrática de Vietnam. Solo después de un cese incondicional de los bombardeos y de todos los demás actos de guerra contra la República Democrática de Vietnam, podrán los dos países iniciar conversaciones y dialogar sobre las cuestiones que nos afectan.

Los vietnamitas no se rendirán nunca ante la agresión, y no aceptarán conversaciones bajo la amenaza de las bombas.

Nuestra causa es absolutamente justa. Solo cabe esperar que el gobierno de Estados Unidos actúe de forma racional.

Atentamente,

Ho Chi Min

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Luis XIV

Yo.

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El que te ame de veras

¿Quién te cerrará los ojos

cuando te alcance la muerte?,

¿quién buscará en tus despojos

los jazmines de tu frente?,

¿quién volverá siempre a verte

con los ojos de otro tiempo?,

¿quién soñará con tu aliento?,

¿quién elegirá el olvido

por vivir de tu recuerdo?

¿quién pronunciará tu nombre

como una oración al viento?,

¿quién dirá lo que decías

el día que tú hayas muerto?

Canciones para muertos. Feindesland. 1990

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Los putos criticones

Y entonces Jesús, que estaba con sus discípulos en el lago Tiberíades, saltó de la barca y comenzó a caminar sobre las aguas.

Y dijo alguien desde la orilla: "Mira qué inútil. Dice que es hijo de Dios y ni siquiera sabe nadar"

Contado por un soldado serbio cerca de Novi Sad. 1992

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El niño cinco mil millones

En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Muchos países, en ese día eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.

Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño 4.999.999.999.

El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exahusta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en si mismo ganas de pensar o creer.

Una semana después el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.

Mario Benedetti del libro 'Despistes y franquezas'

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El señor Trozo de Mierda

El señor Trozo de Mierda cree que el mundo se creó para él.

Nunca pensó en comprometerse con sus padres ni en tener hijos, porque los primeros no le pidieron su opinión para traerlo al mundo y los segundos podrían llegar a exigirle responsabilidades por semejante imprudencia.

El señor Trozo de Mierda no piensa aportar nada, ni dejar nada, ni reflexionar más allá de diez metros de sus siete orificios. El señor Trozo de Mierda está contando en este mismo momento los orificios.

El señor Trozo de Mierda llama leña a los árboles viejos, carne a los animales y tierra a las naciones. Para él no existen fronteras, porque nunca existieron los hombres que crearon lo que las fronteras contienen. Para él no existen las familias porque nadie lo quiere en la suya. Para él todos son prójimos porque nunca amó realmente a nadie.

El señor Trozo de Mierda es un buen cristiano, porque prefiere los esclavos a sus amos. Es un buen ciudadano, porque prefiere los comerciantes a los artistas. Es un buen médico, porque prefiere el pus a la salud.

El señor Trozo de Mierda apesta. Pero ningún narrador debería caer en algo tan obvio.

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Relatos de lo gris. Hans Heinz Ewers.

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¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (II) - Philip K. Dick

Kippel son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. (…) Nadie puede vencer al kippel —continuó—, salvo, quizás, en forma temporaria y en un punto determinado, como mi apartamento, donde he logrado una especie de equilibrio entre kippel y no-kippel, al menos por ahora. Pero algún día me iré, o moriré, y entonces el kippel volverá a dominarlo todo. Es un principio básico: todo el universo avanza hacia una fase final de absoluta kippelización.

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Quedarse en casa

"He descubierto que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en un cuarto. Un hombre que tiene suficientes medios de vida, si supiera estar en casa a gusto, no se marcharía para ir al mar o sentarse en una plaza. No se compraría tan caro un puesto en el ejército si no fuera insoportable el no moverse de la ciudad; no se buscan las conversaciones y los divertimientos de los juegos sino porque no se puede permanecer en casa a gusto". Blaise Pascal, Pensées (1670)

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Sobre Madurar

—Fuckowski, te has equivocado de planeta.

Por un instante pensé en bosques, en lluvia, en el mar rompiendo al pie de un acantilado, la fría arena de la playa en una noche de verano.

—No puedo imaginarme un planeta mejor. Es sólo que está siendo invadido.

—¿¡Invadido!? —ahí era cuando Paul ya constataba del todo que yo era un paranoico—. ¿¡Invadido por quién!?

—Por hombres pequeños y ciegos, con maletines y trajes, que siempre andan diciéndote cómo funciona el mundo real. Los peores tienen bigote.

—Está bien, está bien. Creo que podemos dejarlo aquí. Por favor, que no se repita lo de ayer. Supongo que con el tiempo acabarás madurando.

—Gracias, Paul. Intentaré que no se repita.

Madurar. Frutas maduras. Frutas que se caen del árbol y se pudren en el suelo. Pocos días antes había ido a un concierto. Whitesnake, en una sala bastante pequeña. Tenía a David Coverdale a diez metros. Cincuenta y siete años tenía ya el hombre, y allí estaba plantado, con su inmensa sonrisa, cantándonos el Here I go Again, llenándonos de toda la energía que le sobraba. A su edad no parecía andarse pudriendo en el suelo. Yo de viejo quería estar así de joven.

Toda mi vida había sido igual. Me desgañitaba exponiendo mis argumentos, mis ideas, mis sentimientos, y siempre se los cepillaban con una sola palabra. Idealista, inmaduro, mariconadas, romántico, loco. Parecía fácil menospreciar lo que nunca se había sentido.

A veces hasta me hacían dudar. O yo de verdad estaba loco, o loco era simplemente el término a aplicar al que no vivía en una determinada realidad, definida por vete a saber quien. Los de los maletines.

En ambos casos me importaba tres cojones.

—Fuckowski, memorias de un ingeniero, de Alfredo de Hoces García-Galán —

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Sin dioses y sin ídolos

Me contó un francés colonial que durante la última guerra un navío norteamericano tuvo que desembarcar en Madagascar, por una semana, un jeep con un observador militar. Este jeep llevaba sobre el techo el signo de la Cruz Roja Internacional. El encargado de esa misión era un negro de Harlem. Subió laderas, cruzó valles, llegó a montañas inexploradas. Visitó tribus desconocidas. Era un negro jocundo, de grandes dientes blancos, lleno de pulseras doradas, de risa estentórea y poderosa voz. Los primitivos lo miraban y lo admiraban. De cuando en cuando, desde el jeep, él se comunicaba por radio con aviones o navíos. Partió de aquellas regiones coronado de flores. Entonces su recuerdo se fue convirtiendo poco a poco en una gran religión que ahora tiene más adeptos que los cultos protestantes y católicos. En los más altos peñascos de Madagascar los nativos pintan inmensas cruces rojas para que él las vea y se digne regresar del cielo. Mientras tanto, este hombre, ahora viejo y cansado, que no sabe que es Dios, debe hallarse encerando pisos en Nueva York.

Pablo Neruda, "Sin dioses y sin ídolos".

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Alejandro Dumas - El Conde de Montecristo

En cuanto a vos, Morrel, he aquí el secreto de mi conducta. No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo. Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuan buena y hermosa es la vida. Vivid, pues, y sed dichosos, hijos queridos de mi corazón, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!

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Amigos. (Lucia Berlin)

Loretta conoció a Anna y Sam el día que le salvó la vida a Sam.

Anna y Sam eran viejos. Ella tenía ochenta años, y él ochenta y nueve. Loretta veía a Anna cada tanto, cuando iba a nadar a la piscina de su vecina Elaine. Un día que pasó a saludar, las dos señoras trataban de convencer al anciano para que se diera un baño. El hombre finalmente se metió en el agua, e iba dando brazadas torpes con una gran sonrisa cuando le dio un ataque. Las dos señoras estaban en la parte baja y no se dieron cuenta. Loretta saltó al agua, con zapatos y todo, lo arrastró hacia los escalones y consiguió sacarlo de la piscina. No necesitó que lo reanimaran, pero parecía desorientado y asustado. Tenía que tomarse una medicación, para la epilepsia, y lo ayudaron a secarse y vestirse. Se quedaron un rato sentados hasta asegurarse de que el hombre se encontraba bien y podía ir andando a su casa, que estaba en esa misma manzana. Anna y Sam no paraban de darle las gracias a Loretta por haberle salvado la vida, e insistieron en que fuera a comer con ellos al día siguiente.

Dio la casualidad de que ella no tenía que ir al trabajo por unos cuantos días. Se había tomado tres días libres sin sueldo porque necesitaba solucionar varias cosas. Almorzar con ellos significaría ir hasta Berkeley desde la ciudad, y no zanjar todos los asuntos pendientes en un día, como había planeado.

A menudo esas cosas la desbordaban. Situaciones en las que te dices: Caramba, es lo menos que puedo hacer, son tan amables. Si no lo haces, te sientes culpable, y si lo haces, te sientes un pelele.

Se le pasó el mal humor en cuanto entró en su casa, soleada y diáfana como una antigua villa de México, donde ellos habían vivido la mayor parte de su vida. Anna era arqueóloga y Sam ingeniero. Siempre habían trabajado juntos, en Teotihuacán y otros yacimientos. Tenían un sinfín de vasijas preciosas y fotografías, una magnífica biblioteca. Bajando las escaleras, en el patio trasero, había un huerto enorme, muchos árboles frutales y zarzas de frutos silvestres. Loretta se asombró de que dos ancianos frágiles como pajaritos se ocuparan de todas las labores sin ayuda de nadie. Ambos usaban bastón, y caminaban con mucha dificultad.

Comieron pan tostado con queso, sopa de chayote y una ensalada de su huerto. Anna y Sam prepararon juntos el almuerzo, pusieron la mesa y sirvieron la comida juntos.

Lo habían hecho todo juntos durante cincuenta años. Como gemelos, uno repetía las palabras del otro o remataba las frases que el otro empezaba. El almuerzo transcurrió agradablemente mientras le contaban, en estéreo, algunas de sus experiencias trabajando en la pirámide de México, y sobre otras excavaciones en las que habían participado. A Loretta la impresionaron aquellos dos viejecitos, su amor compartido por la música y la jardinería, cómo disfrutaban uno del otro. La admiró ver lo implicados que estaban en la política local y nacional, participando en manifestaciones y protestas, escribiendo a los congresistas y a la prensa, haciendo llamadas de teléfono. Leían tres o cuatro periódicos cada día, se leían novelas o libros de historia uno al otro por la noche.

Mientras Sam recogía la mesa con manos temblorosas, Loretta le dijo a Anna qué envidiable era haber encontrado un compañero con quien compartir la vida. Sí, dijo Anna, pero pronto uno de los dos faltará…

Loretta recordaría esas palabras mucho después, y se preguntaría si Anna había empezado a cultivar una amistad con ella como una especie de póliza de seguros para el momento en que uno de los dos muriera. No, pensó, en realidad era más simple. Hasta entonces los dos habían sido autosuficientes, se habían colmado uno al otro toda la vida, pero Sam empezaba a parecer distraído, y a menudo perdía el hilo. Repetía las mismas historias una y otra vez, y aunque Anna siempre lo trataba con paciencia, Loretta notaba que se alegraba de poder hablar con alguien más.

Sea cual fuera la razón, se vio cada vez más implicada en la vida de Sam y Anna. Ellos ya no conducían. Con frecuencia Anna llamaba a Loretta al trabajo y le pedía que al salir le comprara sustrato de turba para las plantas, o que llevara a Sam al oftalmólogo. A veces ninguno de los dos se encontraba con ánimos de hacer la compra, así que Loretta iba por ellos. Ambos le caían bien, los admiraba por igual. Como parecían tan necesitados de compañía, empezó a ir a cenar con ellos una vez a la semana, o cada dos a lo sumo. Ella los invitó a cenar a su casa varias veces, pero había que subir tantas escaleras, y los dos llegaban tan exhaustos, que desistió. Así que cuando iba llevaba un plato de pescado, de pollo o de pasta. Ellos preparaban una ensalada, de postre servían frutos rojos del jardín.

Después de cenar, mientras tomaban una infusión de hierbabuena o té de Jamaica, hacían la sobremesa escuchando las historias de Sam. De cuando Anna tuvo la polio, en una excavación en plena jungla del Yucatán, y la llevaron a un hospital, y lo bien que se portó la gente. Muchas anécdotas sobre la casa que se construyeron en Xalapa. De la mujer del alcalde, cuando se rompió la pierna bajando por una ventana para esquivar a una visita. Las historias de Sam siempre empezaban igual: «Eso me recuerda aquella vez que…».

Poco a poco Loretta fue conociendo los detalles de su vida juntos. Su cortejo en el Monte Tam. Su idilio en Nueva York cuando eran comunistas. Viviendo en pecado. Nunca se casaron, todavía se complacían en ese desafío a las convenciones. Tenían dos hijos; ambos vivían en ciudades lejanas. Había historias sobre el rancho cerca de Big Sur, cuando los niños eran pequeños. Cuando se estaba acabando una historia, Loretta decía: «Me da rabia tener que irme, pero mañana empiezo a trabajar muy temprano». A menudo se marchaba en ese momento. Normalmente, sin embargo, Sam decía: «Espera, déjame contarte lo que ocurrió con el gramófono». Horas más tarde, exhausta, conduciendo de vuelta a su casa en Oakland, se repetía que no podía seguir así. O que podía, siempre y cuando fijara una hora límite.

No es que se aburriera nunca con ellos o le parecieran anodinos. Al contrario, la pareja había vivido una vida rica, plena, eran personas comprometidas y receptivas. Sentían un ávido interés por el mundo, por su propio pasado. Se lo pasaban tan bien, añadiendo un matiz a los comentarios del otro, discutiendo alguna fecha o un detalle, que a Loretta le sabía mal interrumpirlos y marcharse. Y desde luego a ella también la enriquecía, porque los dos se alegraban mucho de verla. A veces, sin embargo, cuando estaba demasiado cansada o tenía alguna otra cosa por hacer, iba a desgana. Al final les dijo que no podía quedarse hasta tan tarde, que por la mañana se le pegaban las sábanas. Vente a almorzar el domingo, sin prisas, propuso Anna.

Cuando hacía buen tiempo comían en una mesa en el porche, rodeados de flores y plantas. Cientos de pájaros acudían a los comederos y picoteaban cerca de ellos. Al llegar el frío empezaron a comer dentro junto a la estufa de leña. Sam iba echando los troncos que él mismo cortaba. Tomaban gofres o la tortilla especial de Sam; a veces Loretta llevaba bagels con salmón ahumado. Pasaban las horas, se le iba el día mientras Sam contaba sus historias, mientras Anna le corregía y añadía algún comentario. A veces, en el porche al sol o al calor de la lumbre, le costaba mantenerse despierta.

En México vivían en una casa de bloques de hormigón, pero mandaron hacer las vigas, las encimeras y repisas y los armarios de madera de cedro. Primero se construyó la sala grande, cocina y comedor a la vez. Habían plantado árboles, por supuesto, antes de empezar a construir la casa. Bananos y ciruelos, jacarandas. Al año siguiente añadieron un dormitorio, varios años más tarde otro dormitorio y un estudio para Anna. Las camas, los bancos de trabajo y las mesas eran de cedro. Volvían a su pequeña morada después de trabajar en el yacimiento, en otro estado de México. La casa siempre estaba fresca y olía a cedro, como un arcón.

Anna contrajo neumonía y tuvo que ir al hospital. A pesar de lo enferma que estaba, solo podía pensar en Sam, en cómo se las arreglaría sin ella. Loretta le prometió que pasaría a verlo antes del trabajo, vigilaría que tomara su medicina y que desayunara, y al salir de trabajar le prepararía la cena y lo llevaría al hospital a visitarla.

Lo más terrible fue que Sam no hablaba. Se sentaba temblando en el borde de la cama mientras Loretta lo ayudaba a vestirse. Se tomaba las píldoras y el zumo de piña como un autómata, se limpiaba pulcramente la barbilla después de desayunar. Por la tarde lo encontraba en el porche esperándola. Quería ir primero a ver a Anna, y cenar luego. Cuando llegaban al hospital, Anna yacía pálida en la cama, parecía una niña con sus largas trenzas blancas. Le habían puesto suero, un catéter, oxígeno. No hablaba, pero sonreía y le daba la mano a Sam mientras él le contaba que había hecho la colada, regado los tomates, cubierto las judías con un mantillo, lavado los platos, preparado limonada. Le hablaba sin parar, jadeando; le relataba el día hora por hora. Cuando se marchaban Loretta tenía que sostenerlo, el anciano tropezaba y se tambaleaba al andar. En el coche lloraba, angustiado de preocupación. Y sin embargo Anna volvió a casa y se recuperó, solo la inquietaba ver el huerto tan descuidado. Al domingo siguiente, después del almuerzo, Loretta ayudó a arrancar malas hierbas, cortó las zarzamoras. Entonces empezó a cavilar: ¿y si Anna se ponía enferma de verdad? ¿Qué responsabilidad implicaba esa amistad? La dependencia mutua de la pareja, la vulnerabilidad de los dos ancianos la entristecían y la conmovían. Esos pensamientos se le pasaron por la cabeza mientras trabajaba, pero disfrutó, removiendo la tierra negra fresca, sintiendo el sol en la espalda. Sam, contando sus historias mientras arrancaba hierbajos en el surco contiguo.

El siguiente domingo que Loretta fue a visitarlos llegó tarde. Había madrugado, tenía muchas cosas que hacer. La verdad es que habría preferido quedarse en casa, pero le faltó valor para llamarlos y cancelar.

Encontró la puerta principal con el pestillo puesto, como de costumbre, así que fue al jardín para entrar por atrás. Echó un vistazo al huerto, exuberante de tomates, calabacines, tirabeques. Abejas perezosas. Anna y Sam estaban fuera, en el porche trasero. Loretta iba a llamarlos, pero los oyó muy enfrascados hablando.

—Nunca ha llegado tarde. A lo mejor no viene.

—Ah, claro que vendrá… Estas mañanas significan mucho para ella.

—Pobrecita. Está tan sola. Nos necesita. La verdad es que somos la única familia que tiene.

—Y cómo le gustan mis historias. Caramba, no se me ocurre ninguna para contarle hoy.

—Ya improvisarás algo…

—¡Hola! —gritó Loretta—. ¿Hay alguien en casa?

Manual para mujeres de la limpieza. Lucia Berlin.

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Herman Melville - Moby-Dick

Pero lejos de este maravilloso mundo de la superficie, otro mundo aún más extraño se ofreció a nuestros ojos cuando miramos desde la borda: suspendidas en esas bóvedas marinas flotaban las madres que criaban a sus hijos y otras que, por su enorme circunferencia, parecían próximas a parir. Como ya he insinuado, el lago era muy transparente. Y así como los hijos de los hombres, cuando maman, fijan su tranquila mirada más allá del pecho materno, como si tuvieran dos existencias distintas al mismo tiempo y al recibir ese sustento mortal se alimentaran de algún recuerdo ultraterreno, del mismo modo las crías de esas ballenas parecían mirar hacia nosotros, pero no a nosotros, como si sólo hubiéramos sido briznas de algas ante sus ojos de recién nacidos. Flotando inclinadas sobre un lado, las madres también parecían mirarnos tranquilamente. Uno de esos niños que, por algunos indicios, apenas parecía tener un día de vida, medía quizá unos catorce pies de largo y unos seis de diámetro. Era muy vivaz, aunque su cuerpo no parecía del todo restablecido de la incómoda posición ocupada en el redículo materno, donde el feto yace como un arco tártaro, la cabeza contra la cola lista para el salto final. Las delicadas aletas laterales y las de la cola aún conservaban ese aspecto rugoso que tienen las orejas de un niño recién llegado de comarcas extrañas.

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