Un orgenomesco afortunado

Días atrás su decisión quedó tomada: acudiría a un lugar sagrado a tomar su decisión. Y ahora, a punto de cruzar el río y pisar territorio camarico, se paró por un momento y volvió la vista a su tierra orgenomesca que dejaba muy atrás. Pero sólo fue un momento. Cerca le esperaba una respuesta en las fuentes sacras camaricas.

Continuó hasta el río y descubrió al balsero en medio de aquel cauce, esperaba que el trabajo le llamara de una u otra orilla pues con ambas promediaba y entre ambas disponía, amarrada en sendos troncos, de una soga que servía de impulso y guía para el cruce. Y tal le pareció su propia situación, también aguardaría que una voz sagrada le llamara a una u otra parte: hasta Sertorio y la fortuna o de vuelta hacia su patria. Como aquel balsero.

    —¡Eh muchacho! ―escuchó decir entonces a su lado.  

Era un viejo miserable recostado contra un fresno. Y no estaba allí solo, a sus pies había un perro que lucía tantas calvas como pelo negro le quedaba. Y pareció al mozo que perro y viejo le servían de refugio al hambre, se veían tan flacos y necesitados que de no tener pellejo, o de no llevarlo puesto, viendo mondos tantos huesos puede que el uno al otro se royeran.

    —¡Eh muchacho! ―insistió el viejo― ¿Pasarás el río? Atiende hijo, permite que cruce yo contigo y quedará para ti esta piel de liebre.

    —¿Y cómo no la dio al balsero, buen hombre?

    —El balsero no es un hombre bueno, pide por el paso medio bronce y siendo pellejo pide cabra o pide zorro, ¡que de liebre quiere tres el malnacido! —se lamentaba—. Y aquí todo lo ves muchacho… más no tengo, por no tener no tengo ni a este perro, que él a mí se vino y él a mí me tiene. ¿Cómo sino estaría a mi lado hartándose de ayunos?

Luego de dar noticia de su estado la dio también de su nombre y su nación: Coronos, cántabro como él pero del pueblo camarico. Y aún la dio el viejo de su oficio, pues supo que fue por muchos años aguador, que lo fue por más tiempo del debido, por no dejar ocioso a un asno último que tuvo, y que debió marchar hacia Palantia cuando allí marchó su hijo.

    —Y quedé aquí solo como un necio, que luego me murieron mismo día el asno y el oficio y así murió Coronos para amigos y clientes, y buscaban ya mi compañía las miserias y solo el hambre visitaba mi casa cada día… Que no les queda a mis despojos otra dignidad que el fuego y acudo ya a entregarle mis cenizas al hijo que marchó para Palantia.   

Mucho conmovió al mozo la calamidad del viejo, y aceptó encargarse de su cruce por el río. Pero más le sorprendió que encaminara sus pasos a Palantia, donde él mismo, de pronunciarse las fuentes favorables, acudiría a unirse a las tropas de Sertorio en busca de fortuna. Tomó al cabo aquello por coincidencia caprichosa y nada dijo allí de su propósito. En esa confianza ya lanzó un grito al almadiero, y éste, atendiendo a su llamada, liberó el nudo de la amarra y agarró la soga moviendo la balsa hasta la orilla. Al llegar el de la balsa se llegó a su vez a él señalando al viejo y mostrando sus dos manos, le informaba que medio bronce había en la una y una daga había en la otra... y que de una u otra mano cobraría por pasar a todos en su balsa. Y pasó el balsero a todos por el medio.

Luego al otro lado ofreció el viejo su pellejo al mozo, que renunció al regalo pidiendo a cambio que rogara a los dioses por su causa, pues él mismo se dirigía a las fuentes sagradas por asunto de importancia .

    —Descuida hijo, rogaré por que traigan para ti fortuna —ofrecía el viejo—, pero sabrás que los dioses no escuchan los ruegos de los hombres. Créeme hijo, mira, hace tiempo y viendo que no hay hombre que no espere más fortuna también llevé mi ruego al manantial sagrado, y allí exclamé como un demente necio: «Señora de la Mano Abierta, sé que eres de ordinario sorda y ciega para torpes y gastados, que afean tus virtudes la edad y la pobreza y solo en gente joven fijas tu mirada por servirte en ellos de estandarte…. Pero óyeme Señora, vuelve tu atención a este pobre viejo, procúrame riquezas y tendrás empacho en mofas, deposita en Coronos tu mirada y seré para ti el viejo rico y bobo que casa a mujer joven y ella luego se entretiene con alguno a la vista de todos, o seré el ajado que ronca babeando en las reuniones del consejo, o ese viejo vanidoso que cuelga alamares en su barba y luce lindo airón de plumas para tomar gallardo su montura… y caer como un imbécil ante todos del caballo. ¡Numen de las fuentes, dirige a mí tu pródiga mirada y hártate conmigo de burlas y divertimentos, a tu disposición me pongo de gracioso, sírvete de este viejo idiota y disfruta las locuras que promete para ti Coronos!» ¿Lo ves hijo? Pues eso dije yo en las fuentes rogando esperanzado.

    —¿Y qué fue de su respuesta, Coronos? —preguntó el mozo aficionado.

    —Ya no la espero hijo, no la espero… Rogué entonces y volví confiado a mi desdicha, esperé atento muchos días observando las señales, aparté troncos por el campo y miré entre las piedras, acudí de noche a buscar mi premio hurgando entre los fangos de las charcas… pero no me contesto. ¡No me contestó en un año! Después quién sabe si mandó respuesta enviándome a este perro negrillo que desde entonces me acompaña, pues tengo para mí que andaría la diosa ahíta de necios y graciosos o sobrada en perros, ya ves lo insignificante que resultó allí mi voz. Pero descuida hijo, hasta llegar a Palantia rogaré por ti y por tu causa a La de la Mano Abierta, tú eres joven y acaso a ti quiera mirarte.

Y despidiéndose informó que de camino a las fuentes sacras encontraría el poblado camarico, donde fuera muchos años aguador, hombre honrado y conocido allí por todos, por lo que aún podría rendirle otro servicio.

    —Dicen que quien llega de parte de viejo al punto deja de ser nuevo, de modo que en mi nombre te servirás allí del aguador, Torkatos, hombre que me aprecia pues a él dejé el oficio. Pasarás la noche allí en su casa y luego de mañana él te llevará a las fuentes sin tropiezo. Acude al aguador hijo, preséntate en mi nombre al bueno de Torkatos.

Así agarraron viejo y perro su camino al sur y el mozo no tardó en perder de vista sus figuras afiladas. Entonces ya marchó hacia las fuentes sagradas del pueblo camarico, donde esperaba recibir respuesta favorable a su causa de fortuna, pues anhelaba alcanzar la gloria con Sertorio y volver después entre los suyos revestido de riqueza y dignidad.

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 Encontró al aguador llegando al poblado camarico, a un tiro de piedra de la puerta la muralla. Se ocupaba en dar al asno en el arroyo el agua de la tarde y a sus cántaras un último viaje.

    —¡A ti buscaba Torkatos! 

Y allí mismo presentó las garantías y señales que tomara de Coronos, dando parte de su propia condición de orgenomesco, de su viaje a Palantia para unirse a las tropas de Sertorio, y del momento en que ya le rebosaba en el arroyo la segunda cántara. Cuando alzó esa cántara el del asno también se apresuró a componer el serón para facilitarle su depósito. Después se sacudieron el barrillo de las manos y movió una de las suyas a su barba el aguador, que rascó en aquella parte en busca de respuesta. Cambió después a otra mejilla y escarbó también en ella, y como no encontrara tampoco allí certezas preguntó:

    —¿Coronos dices…?

    —El mismo, así es, el aguador Coronos… El hombre que dejó en tus manos este oficio.

    —¡¿Coronos…?! ¡¿Pero acaso vienes a soltar en mi barba tu meada?! ¡¿A eso vienes muchacho?!

Luego de digerir su desconcierto hubo aún de demostrar su honestidad el mozo, ofreciendo al descompuesto camarico prueba suficiente de la rectitud de sus palabras. Ya conforme éste y otra vez compuesto pasó su mano abierta por la boca y la barbilla, se apoyó en el asno, tomaron ambos aire acompasados, y rebuznando luego el asno descargó también respuesta el aguador.  

    —Escucha muchacho, no dudo de tu palabra pero esto no lo entiendo. No, no puedo entenderlo… Verás hijo, el caso es que han pasado muchos años desde que Coronos dejó en mis manos este oficio, muchos, tantos que yo aún era un muchacho. Y sabrás que no dejó Coronos hijos en Palantia, el pobre viejo no tenía hijos y no dejó aquel día de su muerte sino a un perro negrillo que aún anduvo rondando por su tumba más de un año.

 Entonces entendió que se vinieron a él las fuentes sin haber llegado a ellas, y esa misma tarde agarró de vuelta hacia su patria. Ya sabía que aquella de Sertorio era una causa perdida.